Da igual lo que digan, a veces alguien es irreemplazable. Su ausencia es inabarcable, infinita, ubicua. Tan enorme que no se puede llenar con un fastuoso arreglo floral y un montoncito de mensajes ingeniosos salpicados aquí y allá durante un ejercicio de nostalgia tan ido de las manos que cuesta fijar la mirada.
Ya puede ser épica la conversación telefónica de final de temporada de una publicista que con un golpe de tacón quebró hasta los cimientos el estereotipo de buena mujer, o mujer buena, incrustado en la hipófisis social de finales de los noventa. Fue la única que siempre permaneció fiel a lo que era: ella misma. Que tenía la vida agarrada por las riendas y solo la compartía cuándo y con quién quería.
Samantha vuelve y seguro será un bálsamo en el pozo azucarado y pomposo en el que ha terminado ahogándose la historia de cuatro amigas que a estas alturas se han transformado en la caricatura de una caricatura. And Just Like That... un pastiche de marcas lujosas y tramas absurdas.
Samantha vuelve cuando se ha perpetrado la segunda temporada, pero quizá debería regresar a la primera película, cuando la franquicia ya era decadente, pero todavía digna. Y recogerse el pelo, mirar por última vez hacia el Pacífico, girarse y pronunciar por última vez aquel liberador «te quiero, pero me quiero más a mí» antes de coger la maleta y cerrar la puerta.