Hace unos días, una sentencia cayó como una bomba sobre el ecosistema del periodismo. La Audiencia de Huelva condenó a una periodista a dos años de cárcel por revelación de secretos sobre el caso del asesinato de Laura Luelmo en El Campillo. La sentencia establece que la periodista obtuvo información del sumario del caso y la difundió a través de artículos periodísticos. Vamos, que la redactora hizo lo que toda la vida se ha hecho en la profesión, descubrir secretos ocultos, en este caso tras un sumario.
Y es que asistimos a un incremento de las amenazas que se ciernen sobre el ejercicio de esta profesión. Como si no hubiera ya bastantes de toda la vida. Pero quizá lo más preocupante es ver a los políticos obsesionados por controlar el flujo informativo, al que siempre han tenido pánico. Lo último de lo último ha sido la ocurrencia del partido de Yolanda Díaz, Sumar, que pretendía la creación de una especie de estatuto de la información cuya finalidad sería «proteger» a los profesionales con un «código deontológico» que contemplaría la expulsión de la carrera periodística a quien manipule y desinforme. En definitiva, un mecanismo de amenaza y control a quienes ejercen su libertad de expresión. La idea apenas se ha sostenido en pie unas horas, dado que la formación de Yolanda Díaz ha dicho que ese texto ha sido un error. Fallo o no fallo, lo que revela de verdad este asunto es la preocupación de los políticos por controlar a los periodistas.
No hay más que echar un vistazo algo más atrás para recordar otra especie de invento, esta vez por parte del Gobierno, que se planteó la creación de una especie de ministerio de la verdad, a través del cual controlar las noticias verdaderas y falsas. Y desde que empezó la precampaña, hemos visto al presidente del Gobierno atacar a los medios y acusarles de la mala fama que se le haya podido crear a lo largo de estos años, como si su gestión en el Gobierno no tuviera nada que ver con lo que los españoles piensan de ella.
La libertad de información sufre muchas amenazas, pero ninguna como la de los políticos.