Cuando se plantean las elecciones como un plebiscito en términos tan categóricos como «Sánchez o España», derogar el sanchismo o acabar con el Gobierno Frankenstein, y das por hecho que lograrás una mayoría holgada (porque te lo ha dicho Michavila y te lo repiten como dogma de fe los telepredicadores, periodistas, analistas y columnistas afines), la decepción y el desconcierto son explicables. A Feijoo nadie le advirtió que sus multipactos con Vox y el retroceso en derechos que representan, y la reacción de Cataluña ante la amenaza de Abascal le podían costar caro. El líder del PP, que ha ganado las elecciones pero no suma para gobernar, se ha encontrado con que Sánchez, al que todos ellos le dijeron que era un zombi político, no solo no estaba muerto, sino que ha ganado un millón de votos y está en condiciones de reeditar un gobierno similar al que bautizó Rubalcaba, aunque ahora lo tiene muy difícil, ya que necesita (salvo sorpresa de Coalición Canaria) el sí de Puigdemont. Por cierto, ayer tuve que leer y releer las declaraciones de Pedro Rollán, vicesecretario de Coordinación Autonómica y Local del PP, que abrió la posibilidad de iniciar contactos con Junts. No era una noticia humorística de El Mundo Today. Ahora, en el PP culpan del fiasco a Vox, como ha hecho Moreno Bonilla, el mismo que inauguró los pactos con la formación ultraderechista cuando la necesitó. Feijoo ha repetido que no le gusta gobernar con Vox, algo difícil de sostener cuando ya lo haces en tres comunidades autónomas y decenas de ayuntamientos, en los que el PP ha asumido algunas de sus políticas más retrógradas. El escenario mas probable es el de nuevas elecciones, pero Sánchez lo va a intentar y Puigdemont es impredecible.