Es una de esas constantes en los infinitos scrolling perezosos: un reel de un momento hilarante de Jimmy Fallon entrevistando a un famoso. Y aunque parece imposible, la máquina de fabricar carcajadas escondía un camerino de los llantos. El imperio del humor era en realidad un averno para sus empleados.
Siempre parece imposible, pero al final, solo hay que escarbar para encontrar el ambiente tóxico: ninguneos, desprecios, algún grito que otro. Un lugar de trabajo envenenado que acaba emponzoñando todo. Y el silencio. El silencio con apellido cómplice o que surge ante el miedo. Instaurar un statu quo del que es difícil huir, porque la luz de gas acaba empañándolo todo.
Fue primero Ellen DeGeneres la que cayó tras hacerse público que trabajar en su programa era vivir en un infierno. Esta semana le ha tocado el turno al que llevaba la pose del graciosillo de clase con productor de por medio. En nueve temporadas, otros tantos showrunners, un humor voluble que se cebaba en los empleados. Tener que convivir a diario con malos modos y con desprecios. Se han publicado los testimonios de más de una docena de trabajadores contando que detrás de cada chiste había un humor pésimo. Jimmy Fallon podría convertirse en Jimmy Fallen en los próximos días. No es tanto la huelga de guionistas como que a veces solo hace falta usar la voz para que The Tonight Show sea hacer saltar por los aires a un acosador.