Cuando en Galicia los hombres tuvieron el valor de emigrar, las mujeres tuvieron el coraje de quedarse. Quedarse y cuidar de las tierras, los hijos, los mayores... Defender lo poco que se tenía por si acaso la aventura de la emigración salía mal. Esas mujeres no buscaban reconocimiento, solo cuidar de los suyos con la generosidad del que se da a los demás sin pedir nada a cambio.
Sin embargo, esas viudas de vivos, que decía Rosalía de Castro, son las grandes olvidadas de la emigración gallega. Pero en la memoria de los que vivieron esa etapa, no hay ninguna duda sobre el valor impagable de su labor para mantener el rural vivo. Hoy en día, el rural se enfrenta a otros retos: la falta de servicios, la mala conectividad, las exigencias medioambientales, la falta de mano de obra, el cambio climático, la falta de relevo generacional… Y, uno de los retos más preocupantes, el éxodo de mujeres jóvenes. Dos de cada tres personas que abandonan el rural son féminas en edad fértil. Y, si no hay mujeres, no hay niños, y si no hay niños, no hay futuro. Así de simple.
Es una triste realidad que la mujer en el rural se enfrenta a una doble desigualdad. Además de por el hecho de ser mujer, está la provocada por el entorno. Para empezar, a pesar de la falta de mano de obra en el campo, las mujeres no encuentran trabajo. De hecho, soportan un 38,4 % de tasa de paro. Y eso, teniendo en cuenta que las trabajadoras tienen mejores niveles de formación que los hombres. Las que trabajan lo hacen en peores condiciones que ellos, estando sobrerrepresentadas en los ingresos más bajos y en los contratos más precarios.
Y es que tienen que sortear un sinfín de obstáculos: la falta de transporte público, de servicios de atención a personas dependientes, de centros educativos, de servicios sanitarios, así como de oferta de ocio y cultura.
Además, las mujeres de los pueblos dedican más tiempo al cuidado familiar que los hombres, al igual que invierten casi el triple de tiempo que ellos en realizar las tareas domésticas. Esto condiciona su vida, limitando su acceso a trabajos y formación.
Y, al no tener tiempo para ellas, tampoco lo tienen para estar en los órganos de representación de asociaciones y sindicatos agrarios. Y es evidente, que si no tienes voz, no tienes voto; y si no tienes voto, no tienes capacidad de cambiar las cosas a tu favor.
Pero, a pesar de todos estos retos, las mujeres rurales no se rinden. Muchas han decidido superar estas dificultades creándose su propio trabajo. Así, aunque el empresariado rural es predominantemente masculino, ellas suponen el 23,8 % de los trabajadores autónomos de los pueblos, casi una cuarta parte.
Hoy celebramos el Día Internacional de la Mujer Rural. Es una fecha para recordar que la igualdad es responsabilidad de todos, no solo de las mujeres. Porque los beneficios son para todos, no solo para las mujeres. No podemos seguir dejando que la desigualdad de género contribuya al despoblamiento del rural y prive a tantas mujeres de poder desarrollar su potencial. En realidad, estamos privando al mundo de ingenieras, emprendedoras, ganaderas, agricultoras, artesanas... Estamos privando al mundo rural de millones de euros que podrían ayudar a fortalecer la economía, y garantizar su futuro, así como la soberanía alimentaria de nuestro país.
Las mujeres fueron, son y deberían de seguir siendo parte fundamental de un rural sostenible y con futuro. Apoyémoslas, porque el futuro del rural es el futuro de todos.