Que el final de Cuéntame cómo pasó —tres palabras con sendas tildes que gustarán a Murado— se sitúe en el año 2001 y el atentado de las torres gemelas de Nueva York, fijando por lo tanto el fin del pasado en esa fecha, no es una casualidad. La vuelta de los que andaban entonces metiendo el dedo en el ojo de nuestras vidas —Sardá, Pedro Ruiz, Mercedes Milá, El último de la fila...— nos indica que estamos encerrados desde entonces en un presente del que, como un todoterreno atascado en el barro de las lagunas de Tanzania, uno no puede salir más que marcha atrás, retrocediendo al pasado. Es como el parchís cuando te comen y te mandan a casa, a volver a empezar. Y así vemos la imposibilidad de resolver problemas con los que han nacido nuestros padres, como lo de Palestina y la diáspora, o como la contaminación de los cielos, que conocemos pero que somos incapaces de parar.
El debate sobre la partición de España, contra el que hay una portada del diario ABC con una fotografía del abogado José Antonio Primo de Rivera, el aviador Julio Ruiz de Alda y el filósofo Ramiro Ledesma Ramos en octubre de 1935 reivindicando en una manifestación la unidad de España, un año después de que, en plena República española, Lluís Companys proclamara la independencia de Cataluña y el general Batet —el abuelo de Maritxell— sofocara la rebelión, se mantiene más vivo que nunca. Han pasado noventa y tres años, una república, una larga dictadura, un rey, un Cuéntame cómo pasó... y no hemos avanzado nada.