Pareces del Gobierno, tío». El reproche se lo hizo Ana Rosa Quintana a Xavier Sardá y sonó como una maldición. Debe de haber pocas cosas peores para la presentadora que ser del Gobierno o ir con el Gobierno o apoyar al Gobierno. Y no hablaban de la amnistía, ojo. Sardá anduvo rápido y contestó: «Y tú del Gobierno de Madrid». Puede que para él tampoco haya cosas peores que ser del Gobierno de Madrid, aunque en su caso se ahorró el «tío» tabernario, lo que dejó la respuesta en una reacción bastante humana.
La cuestión es que los dos hablaban de un objeto que es el símbolo de la asepsia, un rectángulo de celulosa que se utiliza para ponérselo difícil a los virus, ahora que andan como motos. Aprendimos durante la pandemia que todo es susceptible de llevar una bandera y tantos meses después de aquello volvemos a las mascarillas arrojadizas, como si ponérsela fuera de izquierdas y quitársela, de derechas; lo primero, una sumisión leninista y lo segundo, un libertarismo Milei; lo primero, un gesto de responsabilidad comunitaria y lo segundo, uno de egoísmo individualista. Qué pelmas. Se trata de que los colores de la mascarilla separen ahora como los colores de la bandera.
Dentro de los hospitales será otra cosa. Incluso para quienes sean del Gobierno de Madrid, tío. Porque la pregunta es si, después de haber estado confinados durante meses, después de 160.000 muertos por covid, es tan extraño que se proponga que nos pongamos la puñetera mascarilla cuando entramos en un sanatorio. Si realmente en ese lienzo de poliéster, viscosa y celulosa hay margen para que unos sean del Gobierno y los otros del Gobierno de Madrid. O se trata de hacer la vida más fácil a los demás, tío.