Tele emoción

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer I Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Operación Triunfo
Operación Triunfo Marta Perez | EFE

03 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En estos tiempos de desarrollo imparable de la computación y la inteligencia artificial, la creatividad, al menos en lo que respecta a los programas de televisión, se muestra pobre y repetitiva. Cada muchos años entra en la parrilla algún programa exitoso tipo MasterChef, Operación triunfo, Pasapalabra, Gran Hermano o islas de todo tipo. A partir de ahí, el resto de cadenas estatales, privadas y autonómicas, se lanzan a una carrera de imitaciones y variaciones del formato que acaban saturando a la audiencia.

No es fácil inventar programas que capten la atención y el interés del telespectador, pero digo yo que, ante esta sequía de creativos, ¿por qué no utilizan la inteligencia artificial para presentar algo nuevo que sea interesante? Esta es una de las muchas razones del porqué la inteligencia artificial, aunque pueda llegar a ser asombrosamente útil y necesaria, siempre será una cenutria frente a la capacidad de creación de la inteligencia humana. ¿Por qué? Porque la inteligencia artificial carece de emociones.

La inteligencia emocional no tiene nada que ver con la racional y mucho menos con la artificial. Va por otros circuitos cerebrales y juega con otros algoritmos. Las emociones no son datos ni se pueden plasmar en códigos binarios.

Los programas de éxito se basan en una competición repetitiva de habilidades varias, desde cocinar hasta responder cosas asombrosas, pero el éxito de verdad, lo que atrapa la mirada de sus seguidores, es la empatía emocional que provocan los concursantes en los espectadores.

Esta es la razón por la que suelen ganar los que despiertan más ternura, pena o atracción. Por eso, cuando llevan tropecientas temporadas y el público ya es inmune, empiezan a sacar niños, personas mayores o los avatares de famosos de medio pelo y pluma, para subir el share reavivando las emociones del espectador. Estrategia habitual del emocionato en que vivimos.

Un estudio realizado con Google Ngram constató que la evolución histórica de la relevancia de las emociones en el siglo XXI ha crecido exponencialmente y, al mismo tiempo, ha caído en picado el uso de la razón y la cultura del esfuerzo. No solo por el desarrollo de movimientos sociales más enfocados al sentir que a un pensamiento crítico. El estudio confirmaba que desde 1850 hasta 1980 los términos literarios asociados a la lógica y la razón crecieron paulatinamente para desplomarse en las décadas siguientes, donde subieron proporcionalmente los términos asociados a las emociones. El documento tiene sus limitaciones, pero es un buen indicador de hacia dónde apunta el interés de cada época.

Por cada programa que transcurre por derroteros de la crítica y la razón, hay montones que venden emociones enlatadas a un público sediento de lágrimas.

Faltan estoicos.