Uno de los grandes males de nuestro tiempo es la desinformación que circula por las redes. Hace tiempo que las grandes plataformas dejaron de disimular: ante el supuesto dilema de frenar el contenido falso o buscar la viralidad, siempre escogerán la segunda opción. Es la más rentable. Y la más irresponsable.
El 2024 es de alto voltaje electoral. Votará la mitad de la población mundial. Y se teme por la interferencia en las urnas de la industria del bulo. Tiene la maquinaria bien engrasada desde hace años, con esa fórmula que mezcla odio, polarización y teorías locas para producir joyas como «Mel Gibson publica un vídeo de Bill y Hillary Clinton practicando canibalismo con Barbacoa, un criminal de Haití».
Estas barbaridades parecen un chiste, pero una mentira bien propulsada puede tener graves consecuencias. Recuerden el asalto al Capitolio de EE.UU. en el 2021. El icono de aquella jornada negra fue Jacob Chansley, el bisonte, conocido por ser el chamán de la secta conspiranoica QAnon.
Los que lo empujaron al golpismo ahora cuentan con más músculo, el de las inteligencias artificiales. Las mismas que todos los días nos regalan en Twitter (X) un bucle infinito de anuncios con imágenes trucadas de David Broncano o Carlos Sobera detenidos por un falso «escándalo que conmociona a toda España». Todas publicadas por «cuentas verificadas», para escarnio y vergüenza de Elon Musk. El sudafricano compró una red social de referencia. Y la ha convertido en un cortijo. Si pinchas en esos mensajes, por los que él cobra (son anuncios), puedes acabar en redes de estafa de criptomonedas.