En una encuesta a pie de calle que narraba un locutor de radio y que escuché entre sueños de madrugada, le preguntaban a media docena de jóvenes que ya habían dejado atrás la adolescencia por los sucesos que se conmemoraban en la Semana Santa y por cómo entendían la festividad.
Las respuestas evidenciaron un profundo desconocimiento, una ignorancia supina, pues la mayoría contestaron que era «algo de Jerusalén, cosas que le pasan a Dios, ahora mismo no caigo o un desfile de gentes que se manifiestan por la calle, o así como el Halloween con gente disfrazada».
Los entrevistados, chicos y chicas, pertenecían culturalmente al universo judeocristiano, habían sido bautizados en la fe católica, supongo que habrían hecho la primera comunión, viven en ciudades españolas y su nivel de información correspondería al tiempo en el que están viviendo.
Todos pertenecen a una generación que no tuvo acceso escolar a la historia sagrada, que desconoce la pasión de Cristo contada o escenificada con imágenes, cada primavera, y deben pertenecer a familias que se comunican con monosílabos.
La tradición, que está en el soporte de nuestra cultura, se ha roto. Bien es cierto que la encuesta no representa a «la ignorancia manifiesta de nuestros jóvenes», y está más cercana a la anécdota que a la categoría, y se presenta de forma aleatoria tabulando, midiendo respuestas llamativas que no obedecen a un grupo numeroso de muchachos preguntados. No tiene especial interés de un ejercicio demoscópico, pero resulta inquietante por lo que tiene de desconocimiento. Y vuelvo a la tradición, y a no confundir la fe con el folklore, con abarcar en el concepto cultural nuestros hitos históricos, nuestros santos y seña de una manera de vivir e interpretar el mundo.
La Semana Santa no es solo un conjunto de procesiones que llena calles y plazas, son los días señalados en el particular calendario de la piedad en un país que fue católico hasta hace media hora. La Semana Santa nos pertenece como pueblo desde hace siglos.
Ningún rapaz musulmán ni ningún encuestado de un país árabe daría una respuesta equivalente si fuera preguntado por el significado del Ramadán. La ignorancia es una lacra terrible que convierte a los hombres en esclavos acríticos, en ciudadanos sumisos, en personas esencialmente manipulables.
La Semana Santa, que debía ser un ejercicio de piedad, se está convirtiendo en esta orilla del pensamiento cristiano en una parodia colectiva de quienes hemos sido.