El pasado fin de semana Twitter justificó su existencia. Sin la red social, España no hubiera podido disfrutar igual de la boda aristocrazy del alcalde Almeida y Teresa Urquijo, parca en glamur y pródiga en escenas berlanguianas.
Con los ecos de sociedad del enlace ya extinguidos, la atención en ese monumental patio de vecinos ha virado hacia David Broncano. Nunca un fichaje de la televisión pública había dado tanto que hablar. El ruido es atronador. Y tapa los detalles de los datos que puedan justificar o cuestionar el fichaje. Por ejemplo, el contrato es millonario, pero a TVE el nuevo programa le sale más barato que alguno de los espacios que tiene en esa franja horaria.
El cómico nacido en Compostela ya es el protagonista de una guerra cultural. Le pasa lo mismo -salvando las distancias- que a Taylor Swift con los trumpistas en Estados Unidos. Muchos lo cuestionan porque temen que su humor incline a los jóvenes hacia la izquierda. Y que rompa el embrujo del cuñadismo del rey de las noches, Pablo Motos.
Hay críticas razonables y razonadas a Broncano y su fichaje, pero las furibundas recuerdan a las que en su día demonizaron la asignatura de Educación para la Ciudadanía: ¡Oh, nos adoctrinan! A muchos les gusta señalar la paja del adoctrinamiento en el ojo ajeno. Y luego no ven la viga en el propio cuando uno de Vox dice que el franquismo no fue una dictadura.