Tercera cita electoral en lo que va de año. Tras una campaña dominada por dos egos que llevan más de un lustro maniatando la política catalana y española, uno desde Bélgica y el otro desde Moncloa, Cataluña acudía a las urnas para determinar el futuro político de la región y, en buena medida, del país. ¿El resultado? Unos comicios marcados por el éxito del PSC, la debacle del nacionalismo, la pugna de la derecha constitucionalista y la emergencia de una nueva formación de extrema derecha independentista.
Con el PSC, que por primera vez gana unas elecciones tanto en votos como en escaños, como gran triunfador de la noche, el titular se lo lleva el nacionalismo catalán, que se sitúa en su mínimo histórico (61 escaños) y, también por primera vez, se muestra incapaz de sumar una mayoría parlamentaria. Con todo, Junts mejora sus resultados y se hace con la hegemonía del espacio independentista; capitaliza la épica emotiva del «regreso» de Puigdemont, aún hoy líder afectivo del nacionalismo, y, sobre todo, su papel negociador —o extorsionador— con respecto al Gobierno central. Todo ello sin olvidar que los últimos sondeos preelectorales ya advertían de un importante flujo de votos hacia Junts procedentes de otros feudos independentistas, como la CUP, que, de hecho, se dejaba el domingo 5 escaños.
Fueron 13, no obstante, los que se dejó ERC, la gran perdedora del 12M. Una formación que ya arrastraba una tendencia electoral decreciente y que corona un ciclo para olvidar en el que también perdió más de 300.000 votos en las municipales y hasta seis escaños en las generales. Su inexperiencia al frente de la Generalitat y a la hora de gestionar ciertas crisis (educación o sequías) podrían haber pasado factura, pero lo cierto es que hace tiempo que los de Aragonés se desangraban por tres ejes: el nacional (en favor de Junts), el ideológico (en favor de Comuns y PSC), y el de los indecisos, muchos de los cuales se habrían quedado en casa. Sería interesante, por cierto, investigar hasta qué punto esto último se convierte o no en tendencia: ¿está emergiendo un nuevo perfil de abstencionista diferencial?
La irrupción de Aliança Catalana, por su parte, confirma la presencia de dos derechas radicales en el Parlament, pero, sobre todo, junto con la pugna PP-Vox, sugiere que la seguridad y la inmigración comienzan a ser problemas que no se pueden ignorar en las nuevas lógicas de competición partidista. En este plano, mención especial merece el resultado del PP, no solo porque absorbe la masa electoral de Cs, quintuplica los escaños del 2021 y consolida tasas de apoyo propias de liderazgos como el de Josep Piqué, sino, sobre todo, porque lo hace frente a un Vox que se mantiene estable en 11 escaños y ante la pujanza de la mencionada AC.
¿Y ahora qué? Sabíamos que Illa lograría el triunfo electoral; no sabíamos, y seguimos sin hacerlo, si podrá formar gobierno. Dada la correlación de fuerzas resultante, y a la luz de los vetos cruzados entre partidos, solo existen dos opciones: o un acuerdo tripartito entre PSC, ERC y Comuns, o el bloqueo y la repetición electoral. Y la articulación —o no— de esa mayoría de izquierdas depende, en última instancia, de ERC, que pasa de presidir la Generalitat a convertirse en llave del Govern. Uno podría pensar que, ante la posibilidad de ser castigados con mayor dureza y obtener un resultado electoral aún más exiguo en unos nuevos comicios, los republicanos tienen clara su decisión. No obstante, tan importante es en política el cálculo electoral como la gestión de los equilibrios orgánicos internos. En un contexto de disputa por la hegemonía de la base electoral nacionalista, el liderazgo de Aragonès ha quedado cuestionado (adelantó las elecciones para vencer a Junts y ha terminado como tercera fuerza), y las bases de ERC están divididas: la mitad (52 %) prefiere pactar con Junts, mientras que a un 35 % sí le seduce la idea del acuerdo tripartito de izquierdas.
Y una última vuelta de tuerca. Puigdemont exigía ayer al PSC que lo dejase gobernar. Tiene sentido. Sánchez perdió las elecciones y gobierna con el apoyo de Junts: ¿por qué no habría de tocarle ahora a los socialistas apoyar a Puigdemont, aunque también haya perdido las elecciones?