Crímenes verdaderos e industria audiovisual

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

María Pedreda

19 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La negativa de Patricia Ramírez, madre del niño Gabriel Cruz, asesinado en el año 2018 en Las Hortichuelas (Almería) por la pareja de su padre, Ana Julia Quezada, a que se filme una docuserie sobre el crimen ha suscitado un debate más amplio acerca del auge de los audiovisuales basados en crímenes verdaderos y sobre si resulta admisible éticamente la realización de este tipo de producciones. Considero que la respuesta a esta cuestión no puede zanjarse con un sí o con un no. Debe hacerse en función de las particularidades de cada caso y del modo de tratamiento del mismo.

En el caso del asesinato del niño Gabriel Cruz, la oposición de su madre suscita nuestro respeto, apoyo y solidaridad. Al dolor por la pérdida de su hijo no debe sumarse el ultraje de darle voz a su asesina. Afortunadamente, matar no está al alcance de cualquiera. Matar a un niño, menos. No debe sorprendernos, entonces, que quien fue capaz de ese acto sea insensible a todo sentimiento de culpabilidad y que no se detenga ante nada, llegando al extremo de hacer de su crimen negocio.

Si la oposición de la madre de Gabriel se sustenta en reclamar respeto para su dolor, y en el derecho a que no sea ultrajado, la decisión de Antonio del Castillo de participar en la docuserie ¿Dónde está Marta? responde a otro tipo de necesidad. Se trata de la necesidad de denunciar los errores policiales y judiciales cometidos, sin olvidarnos de lo más determinante: el cadáver de su hija no ha aparecido. Por lo tanto, unos padres pueden necesitar el silencio para tratar la pérdida más dolorosa y otros activar el recuerdo de lo sucedido, por todos los medios, para no sentir que dimiten del necesario deber de justicia.

Si no hay un caso igual a otro, desde la perspectiva de las familias de las víctimas, sí hay un factor común que explica el éxito de las producciones audiovisuales sobre crímenes reales. Si el true crime vende a nivel de masas es porque toca un aspecto difícil de admitir de nuestra subjetividad: en cada ser humano habita un núcleo de maldad. La mayoría combate esa maldad con sus valores e ideales, pero siempre persiste un resto. Ese resto se manifiesta en nuestros sueños. Por eso todos soñamos contra la ley, todos tenemos sueños inmorales. Afortunadamente, la mayoría de las personas seríamos incapaces de pasarlos al acto, y no solo por temor al castigo. Pero es un hecho que los llamados normales sueñan con lo que los perversos realizan. Por eso, el criminal nos produce a la vez fascinación y rechazo. Por eso, al mismo tiempo que decimos ¡qué horror!, no quitamos ojo a la pantalla. Nuestros padres compraban El Caso, nosotros vemos series sobre crímenes reales.