Xi Jinping, el todopoderoso jerarca chino, ha vuelto a pisar territorio europeo tras un largo período de cinco años marcado por la pandemia global del covid, originada en China, y el incremento claro y notorio de la inestabilidad internacional, reflejada primero por la invasión de Ucrania por Rusia y, en segundo lugar, por el conflicto bélico en Oriente Medio.
De la visita de Xi se pueden extraer cuatro grandes conclusiones. La primera se centra en un intento de la normalización de las relaciones entre China y la UE, deterioradas por la convergencia de China con Rusia en la guerra contra Ucrania, por la irreconciliable diferencia respecto a los derechos humanos y por los desacuerdos en materia comercial.
Además, la visita a Francia es significativa y tremendamente simbólica. Si bien, y de manera oficial, ambos países celebraban el 60 aniversario del inicio de sus relaciones diplomáticas, Francia es la actual potencia militar dentro del seno de la UE y, de hecho, es la única potencia nuclear europea en el seno de la OTAN. Si a ello le sumamos la retórica de Macron respecto al envío de tropas a Ucrania y sus llamadas a la autonomía estratégica de la UE, el señalamiento de Francia por China como líder militar y en política exterior en Europa es claro y notorio. Reflejando el rol de Francia en el futuro desenlace de la guerra entre Ucrania y Rusia y en las relaciones UE-EE.UU.
En tercer lugar, su visita a Serbia, país en la órbita rusa, que no es ni miembro de la OTAN ni de la UE, viene a reforzar, mediante jugosas inversiones chinas, la posición de Serbia en un entorno geopolítico extremadamente complejo y dinámico, y la aleja de una posible entrada en el club europeo.
Por último, el encuentro entre Xi y Orbán en Budapest sitúa a Hungría como uno de los países claves en las inversiones chinas en Europa, y junto a ello (y sobre todo) trata de mantener a Hungría como ese socio díscolo y distante, en muchas ocasiones, del consenso europeo, no solo respecto a Rusia, sino también en la manera en que la UE debe relacionarse con China.
Por todo ello, cabe concluir que la visita de Xi a Europa, más allá de buscar una relativa y necesaria normalización con su gran socio comercial, que es la UE, y de su potencia militar, que es Francia, ha tratado de reforzar a dos claros peones divergentes en el corazón de Europa. Nada nuevo en la política exterior de China, que replica su modelo de búsqueda de socios preferentes y díscolos ya ejecutada en el patio trasero de China, el sureste asiático, con los claros exponentes de Camboya y Laos como defensores de los intereses chinos en la región frente al resto de sus socios ASEAN.