El veredicto del jurado integrado por 12 ciudadanos neoyorquinos ha sido contundente. Donald Trump es culpable de los 34 cargos por falsificación de documentos para ocultar el pago de una considerable suma de dinero a la actriz porno Stephanie Clifford a cambio de no revelar sus encuentros íntimos con él. Crucial ha sido el testimonio de su exabogado Michael Cohen. Al margen de que cada quien puede tener una opinión sobre la vida privada del exmandatario, aunque ya sabemos que la sociedad norteamericana es bastante pacata en lo que se refiere a las infidelidades matrimoniales —algo por lo que no se le juzgaba—, lo cierto es que el uso de medios ilícitos para desviar fondos y abonar esa cantidad sí que resulta, además de reprobable, ilegal.
Desde el punto de vista jurídico, y aunque la sentencia, que se hará pública el 11 de julio, le condene a prisión, dado su avanzada edad, que no tiene antecedentes penales y, además, que los delitos cometidos no son de carácter violento, es bastante improbable que sea encarcelado. Además, como la Constitución norteamericana no impide a ningún candidato convicto presentarse a las elecciones presidenciales, ya que solo exige que sean estadounidenses de nacimiento, hayan vivido al menos 14 años en el país y sean mayores de 35 años, teóricamente Trump podría continuar con su campaña. La incógnita es, pues, saber si seguirá contando con el apoyo suficiente para hacerlo y si el partido republicano será capaz de digerir la situación.
Porque no se puede negar que Donald Trump ha roto todos los esquemas posibles sobre lo que se espera de un expresidente estadounidense. Desde su primera candidatura, inexplicable, sobre todo para los que observamos la política norteamericana desde fuera, hasta esta segunda para las elecciones del próximo 5 de noviembre. No se ha arredrado en ningún momento ante todas las críticas recibidas sino que, por el contrario, se ha crecido ante el enfrentamiento. Su prepotencia, su soberbia y su desmedida ambición le han empujado a seguir adelante con su campaña aprovechando incluso todas las causas judiciales que se han ido abriendo contra él. Ha hecho de la supuesta «caza de brujas» una virtud, del victimismo una gran baza, ya que muchos norteamericanos desfavorecidos se ven reflejados en él, y seguro que seguirá sorprendiéndonos.