Dos túzaros antitéticos

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

-

15 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Miguel, hoy un veterinario jubilado de activa vida social y exquisita educación, era aún Miguelito, su madre solía hacerle algunos reproches por su timidez infantil. Cuando se encontraban con alguna conocida y esta se dirigía a la criatura, el chico bajaba la mirada en un inútil trágame tierra que se agravaba con preguntas como «¿No tienes lengua?» o «¿Te ha comido la lengua el gato?»

Su miedo escénico podría haber llegado al terror si alguna de aquellas señoras le hubiese preguntado si lo habían deslenguado. Pero el empleo del verbo que expresa la idea de cortar la lengua choca con el adjetivo y sustantivo deslenguado cuando este también se aplica al desvergonzado y mal hablado, el que echa la sinhueso a pacer sin miramiento alguno. Lo suyo era otra cosa.

En ocasiones como la mencionada, a Miguelito también le solía caer el apelativo de túzaro en su acepción de ‘insociable’. Solo años después, cuando fue a estudiar fuera, cayó en la cuenta de que esta era una palabra gallega, aunque incrustada en el castellano de su tierra. Da muestra de ello su uso por Torrente Ballester en La saga/fuga de J. B. Pero el término también tiene el sentido de ‘bruto, rudo, zafio’. Y con este no le era aplicable al chaval, sino a su vecino Alberto, que hasta maltrataba al perro de casa. El can llevaba el nombre de Ney, que tantos gallegos han puesto a los suyos en recuerdo del mariscal francés homónimo que pasó por esta tierra durante la guerra de la Independencia dejando un buen rastro de sangre y pillaje. Doscientos años después, muchos han olvidado el origen de ese nombre de can, pero aun en la ignorancia se siguen ciscando en el gabacho. Justicia histórica.

El paso de los años ha obrado maravillas en el túzaro Alberto, pero entonces tenía la capacidad de arrasar cualquier espacio ordenado, desde el hogar familiar al aula del colegio. Por ello era tachado a veces de jenízaro, quizá por confusión con mameluco. Los jenízaros integraron un cuerpo de infantería turca fundado en el siglo XIV y temible por su fanatismo, mientras que los mamelucos fueron soldados de los sultanes de Egipto. Muchos de estos combatieron en el ejército de Napoleón, como atestigua el cuadro de Goya en el que aparecen masacrando a los madrileños que se levantaron en armas el 2 de mayo de 1808.

Crecer fue lo mejor que les pasó a aquellas criaturas.