Hasta el secuestro y el cruel asesinato a cámara lenta de mi hermano hace 27 años, ETA había acabado con la vida de 777 personas inocentes. Entre ellos, policías, guardias civiles, militares, jueces, políticos y periodistas valientes, ciudadanos inocentes cuyas vidas fueron arrebatadas por terroristas movidos por el odio y la cobardía. La víctima 778 fue mi hermano, Miguel Ángel Blanco, y marcó un punto de inflexión en la lucha contra el terrorismo. Su secuestro y asesinato despertó la conciencia de una nación y catalizó un cambio profundo en nuestra sociedad. Desde entonces, hemos recorrido un largo camino en la lucha por la memoria, la justicia y la dignidad de las víctimas del terrorismo.
Hace 27 años, millones de españoles salimos a las calles para exigir a ETA que no acabara con su vida, porque el futuro de un joven de tan solo 29 años no podía tener un plazo de 48 horas. Pero sin la más mínima piedad, decidieron acabar con su vida un 12 de julio.
El secuestro y asesinato de Miguel Ángel generó una ola de indignación y solidaridad sin precedentes, conocida como el espíritu de Ermua. Esta movilización masiva mostró que los españoles no estaban dispuestos a tolerar la violencia y el terror. Fue un momento decisivo que significó el principio del fin de ETA y fortaleció la determinación de la sociedad para luchar por la libertad y la democracia.
Veintisiete años después hemos conseguido derrotar policialmente a ETA, pero todavía no hemos conseguido que triunfe un relato inequívoco de derrota social y política de tantos años de terrorismo.
Veintisiete años después sigue habiendo legitimación del terrorismo en el País Vasco y en Navarra, continúan organizándose homenajes a terroristas y existe una gran impunidad: más de 300 asesinatos continúan sin resolverse.
Las marcas políticas herederas de ETA siguen sin condenar el asesinato de mi hermano y del resto de víctimas del terrorismo. Y, desgraciadamente, tienen más poder que nunca gracias a un proceso de blanqueamiento por parte del gobierno de España, algo que es humillante, injusto e indecente.
Es inaceptable que aquellos que no han condenado los crímenes de ETA tengan influencia en la política actual, es inaceptable que el futuro de España esté en manos de quienes más han hecho por destruir este gran país.
El camino andado ha sido largo y difícil, pero no podemos detenernos. Debemos seguir luchando contra el olvido y la falsificación de la historia. La memoria de Miguel Ángel y de todas las víctimas del terrorismo nos obliga a mantenernos firmes en la defensa de la verdad y la justicia. No podemos permitir que el sacrificio de tantos inocentes sea utilizado como moneda de cambio política.
Hoy, más que nunca, debemos estar unidos en esta causa. El legado de Miguel Ángel Blanco es un recordatorio constante de la importancia de la dignidad, la justicia y la libertad. Sigamos trabajando juntos, con firmeza y determinación, para construir una sociedad donde todos vivamos sin miedo y en libertad.