Lo de menos era el resultado, pero España ha conseguido ganar con goles de un pamplonica de origen africano y de un guipuzcoano de Eibar. Pero antes de la final, la selección ya había obtenido un premio mejor del que esperaba. Hace un mes salieron para Alemania unos chavales sin caché dirigidos por un seleccionador discreto, más parecido al cajero de un banco que al tradicional exfutbolista que se marca titulares en ruedas de prensa y ningunea a los periodistas. Sin broncas, sin polémicas, sin peleas Madrid-Barcelona. Por no haber, no hay ni tatuajes. ¿Es esto España? Pues no lo parece, pero sí que lo es. Pero es una España que va más allá del fútbol, que le mete goles por la escuadra a la otra España, a esa que nos sume en la peor de las vergüenzas cuando discute por el número de menores refugiados que tiene que repartirse. Es una España que nos recuerda que el color de la piel tiene la misma importancia que el tono del pelo, porque hace mucho que gallegos, andaluces, canarios, catalanes y vascos hemos decidido convivir con lo diferente. En nuestras escuelas ahora hay Pepes y Lamines que juegan en el mismo patio y que se entienden sin tener en cuenta su procedencia.
Esta España de los Williams, de los Fabianes y de los Carvajales es la que ha sido capaz de luchar por una misma causa sin destrozarse en rencillas geográficas y que se entiende con un baile, una sonrisa y un piedra, papel, tijera. Nos habían dicho que formamos parte de una España dividida y muy polarizada que solo se mira al ombligo para conseguir unos votos más. Y así llevamos un tiempo. Dando tumbos unos contra otros, escuchando homilías radiofónicas de catastrofistas que se mueven como nadie en medio del caos. Pero el fútbol nos sorprende con una España muy alejada de esos enfrentamientos parlamentarios que nos mantienen con el corazón en un puño.
Podría cerrar este artículo con los tópicos habituales: el fútbol es así, no hay enemigo pequeño, hay que ir partido a partido... Pero no lo voy a hacer. El fútbol no lo merece porque, como se ha visto estos días, es mucho más que un partido, mucho más que la final de una Eurocopa. Y no solo porque es un deporte que mueve millones de euros y nos hace olvidar las penas. Es como cuando éramos niños, cuando el fútbol de nuestro recreo era lo más importante del día. Cuando lo de menos era el resultado. Hoy ha ganado la verdadera España.