El debate americano: conceptos universales o situacionales

Fernando González Laxe
Fernando González Laxe LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

TING SHEN / POOL | EFE

09 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A la luz de los últimos acontecimientos derivados de los efectos de la policrisis o de la globalización dislocada, las sociedades se enfrentan a dos concepciones diferentes y quizá antagónicas. La primera es aquella en que la cultura de las sociedades es universal; esto es, se aplica a todo el mundo. En tanto que, en la segunda, predomina la concepción situacional. Esta distinción resulta clave en el caso de la carrera presidencial en Estados Unidos o en la forma de diseccionar las guerras culturales en el mundo occidental.

Por un lado, en el caso de la carrera electoral americana, los dos candidatos, Trump y Harris, no solo conforman un enfrentamiento hombre/mujer; conservador/progresista o candidato blanco/candidata negra, sino que también reflejan un enfrentamiento entre una visión universal y una visión situacional. Harris posee una visión universal, en la que se integran ideales de leyes universales, de ahí que utilizara frases contra su oponente del tenor de «los tipos como Trump son los tramposos, que se saltan las normas en su propio beneficio». En tanto que Trump defiende una actitud situacional; algo nada inusual en la historia global de la humanidad, argumentando que «es la idea moderna del imperio, la que es atípica». Vemos, pues, que estamos ante un choque entre culturas, en las que unas admiten las normas universales de la ley y la moral y las otras sostienen una ética situacional, esto es, solo aquello que me interese o me favorezca en cada caso.

Desde la perspectiva de la sociología política, Mark Lilla, profesor de la Universidad de Columbia, nos los había explicado nítidamente en su corto ensayo titulado El regreso liberal, cuando justificó la derrota, en el 2016, de Hillary Clinton contra Donald Trump, con argumentaciones tales como dirigirse a grupos sociales particulares en lugar de a la ciudadanía en su conjunto y poner la identidad por delante de la comunidad. Es decir, haber renunciado a ofrecer un proyecto inspirador capaz de atraer al público, defender valores o reforzar compromisos. Trump, como antes Reagan, se refieren a imágenes sobre el destino de su país, basándose en sentimientos y percepciones; dando fuerza, de este modo, a sus principios y argumentos.

Esta tesis se complementa con lo que viene de explicarnos el filósofo francés Olivier Roy en su libro El aplanamiento del mundo, en donde insiste en que vivimos en un proceso de desculturización, sin que exista una nueva cultura que sustituya a la anterior. Llama la atención que, en la actualidad, los resultados que se observan son identidades y subculturas pendientes de alcanzar altas performances. Se basa, fundamentalmente, en los cambios de valores derivados de la revolución individualista y hedonista; en la aparición de internet y el uso masivo de redes sociales; en la globalización financiera; en la hipermovilidad de las personas y en la nueva territorialización del espacio.

A su juicio, la cultura se fundamenta en códigos, y la convivencia se nutre de normas coyunturales. De ahí que las ideas conservadoras occidentales no recurran a valores universales, sino identitarios. Por eso, los exégetas de Roy insisten en que las guerras culturales y las políticas de identidad surgen como parte de dicha dinámica de desculturización generalizada y de marcadores desvinculados de cualquier contexto histórico. En suma, nos situamos en un choque de valores.

Si combinamos ambos razonamientos, las discrepancias entre republicanos y demócratas en Estados Unidos no se centran en las cuestiones económicas o geoestratégicas, sino en los valores. En este sentido, cobra peso quién enfoque mejor la capacidad de reacción y presentación de un programa.