Las ansias de poder e influencia igualan a dioses y mortales en la loca tragicomedia Kaos, de Netflix, una de las novedades más originales e irreverentes del catálogo de series de verano. La idea de su creador, Charlie Covell, parece una ocurrencia disparatada. Su propuesta consiste en abordar la mitología griega con un punto de vista nuevo y trasladada a la actualidad. Por boca del narrador Prometeo, encadenado y castigado por su desafío, cuenta con genio ácido la enrevesada historia de Zeus, rey de los dioses y cabeza de un sistema politeísta. Es un ídolo con pies de barro tan prepotente como vacilante. Su fortaleza de ánimo se desmorona el día en que se mira a un espejo de su mansión kitsch en el Monte Olimpo y aprecia una arruga vertical en su frente. La señal parece ser el indicio de una profecía terrible que amenaza su dominio. Eso y el hecho de que una estatua erigida en Creta en honor a los dioses sea mancillada por los hombres. Jeff Goldblum encarna, con su marcado rasgo irónico, todas las inseguridades y obsesiones de un dios en kimono y chándal que observa complacido cómo la televisión retransmite en directo los festejos e inmolaciones que se hacen en su nombre.
Por debajo de su premisa humorística, de Kaos resultan reseñables sus dardos a atávicas flaquezas y miserias que han acompañado durante milenios a la condición humana.