Inicio este artículo con todas las prevenciones posibles, puesto que, es muy probable que, cuando salga publicado, la volátil situación en Oriente Próximo haya variado. Tras el lanzamiento, la tarde del martes, de más de 180 misiles balísticos por parte de Irán contra Israel, pudiera parecer que se ha producido una definitiva y oficial declaración de guerra entre estos dos Estados, enfrentados desde hace décadas, pero, lo cierto es que, nada es lo que parece en Oriente Próximo y, siempre todo es posible.
Pese a que la mayoría de los analistas confiábamos en que Irán no respondiera a los ataques israelíes contra Hezbolá, o al menos, que la respuesta no fuera dramática, todos sabíamos que la cúpula militar y religiosa de ese país no iba a permanecer con los brazos cruzados. Por una parte, los más reaccionarios y beligerantes defensores de la expansión de la influencia iraní en Oriente Próximo clamaban por una acción contundente: venganza aun a costa de pagar con la propia vida. Por otra parte, los más sensatos y prudentes, siempre han considerado las consecuencias de cualquier represalia occidental. En su memoria, la agónica guerra contra Irak, de 1980 a 1988, pero, sobre todo, la debilidad de su equipamiento militar tras décadas de sanciones internacionales. El arsenal iraní, pese a contar con unos 3.000 misiles, con una cantidad indeterminada de hipersónicos, parece ser bastante obsoleto y apenas consta de algunas docenas de jets de 1979. En cuanto a su ejército se estima que está integrado por unos 610.000 efectivos con 350.000 reservistas.
Al final, se han decidido por la calle del medio: un lanzamiento de misiles, sabiendo que las medidas de protección israelíes y la ayuda de EE.UU. y Gran Bretaña minimizarían los daños personales y materiales. Una maniobra que pretende calmar los ánimos más encendidos sin alentar el pánico entre la población. Pero, los más radicales iraníes no son los únicos que observan con satisfacción la primera reacción de Teherán y las últimas declaraciones de advertencia a EE.UU. y, por extensión a todos los países no árabes. También la oposición al régimen de los ayatolás siente que esta puede ser la oportunidad que buscaban para acabar con la república islámica.
Por su parte, Israel, tras superar casi indemne el primer ataque iraní, avanza imparable e implacable por el sur del Líbano para barrer de la faz de la tierra cualquier remanente de Hezbolá y, crear una franja de seguridad entre ambos Estados. Mientras continúa bombardeando Beirut, no ha dejado de advertir que responderá a la agresión de Teherán.
Aunque todas las opciones están abiertas, Irán, salvo que reciba ayuda de alguno de sus aliados, no puede competir en el aire. Para enviar tropas sobre el terreno tendría que pasar antes por Irak donde, recordémoslo, todavía hay bases extranjeras, aunque desde luego podría actuar en el Golfo Pérsico bloqueando el tránsito por el mismo. Por su parte, a Israel solo le interesa garantizar la seguridad de sus fronteras, contener el levantamiento palestino y disuadir a Irán de que siga molestándole, pero no es descartable algún otro golpe de efecto. En cualquier caso, nada bueno, me temo.