A Elon Musk se le está poniendo cara de malo de James Bond. De esos villanos de película que acarician gatitos mientras declaman con voz engolada, cadencia shakespeariana y risa malévola sus planes para conquistar el mundo. Primero compró Twitter, y convirtió la red social en ese paraíso ultra llamado X. Y ahora se mete en política.
El hombre más rico del planeta, según Forbes, se ha implicado a fondo en la campaña en EE.UU. A favor de Trump. Poniendo pasta y dando mítines en poblaciones como Betanzos o Xinzo en esos estados clave que pueden decidir quién tendrá acceso al botón nuclear desde el 2025.
Su implicación es máxima. Y bordea el delito electoral. Sortea cada día un millón entre los ciudadanos que se inscriban para votar y firmen un manifiesto a favor de Trump. A los ganadores les entrega cheques gigantes. ¿Se imaginan a Sánchez o a Feijoo haciendo eso? Probablemente acabarían detenidos. Aquí hubo tradición de carretar votantes o inflar censos, pero no de compraventa al por mayor de sufragios.
Musk usa tácticas de Putin. En Moldavia, durante un referendo sobre la UE, oligarcas afines a Moscú compraron miles de papeletas del no. Aunque ganó el sí por la mínima, fue una prueba más de que no podemos dar por garantizada la democracia. Tiene demasiados enemigos. ¿Es el dueño de Tesla y SpaceX uno de ellos? Veremos.