Europa y su futuro: inmigración, miserias y náuseas

Jorge Sobral Fernández
Jorge Sobral AL HILO

OPINIÓN

María Pedreda

24 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Leí días atrás unas declaraciones del ex primer ministro italiano Mateo Rienzi, a propósito del futuro de la Unión Europea y en relación con ciertos informes que Bruselas le había encargado al respecto. El futuro, casi ya presente, que dibuja este brillante fiorentino pone los pelos de punta. O se implementan desde ya ciertas políticas públicas o el futuro europeo quedará hipotecado a una mera sucursal de Estados Unidos y China. Todavía más. Y en ese contexto aludía a nuestra cada vez más llamativa dependencia tecnológica, científica, industrial, militar, etcétera. Y, como no podía ser de otra manera, se refería a un factor primordial: las proyecciones demográficas de nuestra UE conducen a un cuadro no muy lejano de sociedades envejecidas, no solo en las edades de sus habitantes, sino también en ideas, proyectos, ambiciones.

Sin sangre nueva no hay talento ni esperanza: solo memoria y nostalgia, vengo a traducir de lo dicho por el italiano. Y, para no anclarse en la denuncia, aportaba atisbos de posibles remiendos ante tanto roto anunciado. Y es ahí donde introduce el fenómeno migratorio como solución, más que como problema. Por supuesto, es un asunto que hay que abordar con rigor y sin demagogias. Nadie mínimamente responsable y juicioso abogaría porque, de la noche a la mañana, por ejemplo España se llenara de millones de nuestros vecinos africanos. Sería imposible proporcionarles trabajo, escuela, salud y vidas dignas. Un absoluto disparate. Por eso, Rienzi y tantos otros creemos que hay que ponerse manos a la obra: establecer pactos con los países de origen, regular los flujos de manera ordenada, invertir allí para que la migración sea un deseo en positivo y no solo una huida de la miseria, hacer todo esto de acuerdo con las representaciones patronales y sindicales, por sectores y cronogramas planificados, y huyendo como de la peste de la creación de guetos suburbanos.

Y todo ello en un clima de acogida enmarcado por el diálogo cultural e integración. Y a ser posible, en la búsqueda de identidades abiertas y múltiples. Ya se que algún lector estará pensando que todo eso es difícil, que presenta múltiples desafíos de solución empinada. Claro que sí. Nadie ha dicho que los objetivos deseables sean fáciles. Desde luego, está mucho más a mano seguir derechitos hacia el precipicio. Eso sí que es fácil.

Pues bien, ante este panorama ya sabemos cuál ha sido la respuesta de casi toda la UE a los análisis de tipo Rienzi: los migrantes no son bienvenidos. Vale. Los migrantes no están en la ecuación que resuelva nuestro sombrío futuro. Vale. Los migrantes son un problema. Vale. Pero, no contentos con ello, casi todos los líderes europeos consensúan un beneplácito para rebajarles su «categoría» humana. Ya que son de tercera división, que jueguen en otra liga. Lejos. Fuera de los prados de la Unión. En otros países periféricos, tirando a pobres. Allí, a buen seguro, se encontrarán más en su salsa... los pobres con los pobres, malo será que no se entiendan. Y si no se entienden, allá ellos, que el problema ya no es mío. Queridos albaneses, ahí os los mando, y ya os daremos un aguinaldo por Navidad. Que, eso sí, esta Europa que os habla ha parido dos guerras mundiales como si nada, pero cristiana es un rato largo...

Perdonen la acidez. Pero no puedo evitar pensar en cómo juntamos desechos, los metemos en bolsas de la basura y los tiramos fuera de casa en el contenedor más próximo. Externalizamos detritus y hedores. Será por eso, asociación de ideas, por lo que estoy lleno de náusea; no la filosófica de Sartre, no. La de verdad, la del estómago.

Aún no sabemos quién, cómo y cuándo ejecutará el rol de camión de la basura. Pobre gente. Y pobre Europa. La náusea es poco. Viene lo siguiente.