Todavía duele. Y seguirá doliendo mucho tiempo. La tragedia acontecida en el sureste español es de esas que te congelan la piel, aunque toda tragedia lleva hielo en sus entrañas. Y ese hielo perdura más que las lágrimas. El clima se alió con el infortunio y la última semana de octubre resultó ser un dardo en nuestros corazones. El martes por la tarde viajaba en coche y no imaginaba lo que estaba sucediendo. La radio informaba puntualmente y en mi cabeza se iba formando, entre remolinos, una imagen de lo sucedido. En muy poco coincidía con la realidad. Y yo, que siempre dije que una palabra vale más que una imagen, cambié de opinión repentinamente. Lo que vieron nuestros ojos, en las pantallas o en las fotografías de los periódicos, resultaba desolador. El barro se mezclaba con personas gritando. La desesperación se había posado en una parte de nosotros: La Mancha, Levante y Andalucía. Las cifras de fallecidos aumentaban a medida que pasaban las horas. El miércoles se celebraba una sesión de control en el Congreso de los Diputados y, con muy buen criterio, fue suspendida por la presidenta. Era lo lógico. Sin embargo, Armengol, a instancias del Gobierno, no quiso suspender el pleno urgente en el que se convalidaría el Real Decreto para renovar el Consejo de Administración de RTVE. Los diputados del PP y de Vox se ausentaron del hemiciclo. El decreto se aprobó con 175 diputados a favor y uno en contra. Yo, cuando leí la noticia, pensé que no podía ser cierto. Pero lo era.
¿Hasta dónde hemos llegado? En numerosas ocasiones se suspendieron totalmente las actividades políticas por tragedias mucho menores. Sin embargo, el Gobierno y sus socios sentían la urgencia de la renovación del consejo de los medios públicos. ¿Por qué esta urgencia? ¿No podía esperar? Este hecho, que quizá para muchos pase desapercibido, hace que cada día sean más los que se alejan del grupo de personas que administran nuestro destino. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La intervención de Núñez Feijoo con respecto a los hechos que relato fue la más dura que le he escuchado desde que tiene responsabilidades políticas. Nunca, tampoco, lo había visto más dolido y molesto. Aquí ya no se trata de ganar o perder un puñado de votos. Se trata, únicamente, de recuperar el sentido común. Y yo tengo la sensación de que cada vez resulta más escaso. El Gobierno aprueba decretos con el único fin de mantenerse un día más al frente de la nave. Y a ese afán consagra sus esfuerzos. España va dando tumbos. Y Europa lo sabe. El presidente tiene a su esposa imputada por cuatro delitos, a su hermano, a «su» fiscal general (con registro del despacho e incautación de sus dispositivos electrónicos), pronto imputarán al que fue su mano derecha, Ábalos. Corren sin saber muy bien a dónde. Y en esa carrera hasta votan (un decreto de supervivencia) el día después de la mayor tragedia reciente. España no puede seguir así.