Acción. Reacción. Eso dicen. Pero existe otra fórmula. No acción. Reaccionarios. Se aplica también en Estados Unidos. Un país rico con una desigualdad brutal. Como sucede aquí, trabajar no libra de la pobreza. Donald Trump, el mismo que alentó un golpe de Estado, es el santo al que muchos rezan. Los de abajo se sienten asfixiados y olvidados por los demócratas. Y sobre esa rabia cabalgan los hermanos. Por un lado están los techbros, magnates tecnológicos como Elon Musk y Peter Thiel, dos niños grandes que no pueden ser presidentes porque no nacieron en territorio estadounidense; tipos que necesitan una marioneta para desregular el coche autónomo, la IA y sus plataformas en la que florecen los bulos y el odio; señores que desprecian la democracia porque creen que ellos deberían gobernar el mundo y que retuercen el algoritmo hasta donde haga falta. También están los theobros, extremistas cristianos convencidos de que sus creencias deberían ser ley y que ven a Donald como un becerro de oro para sus fieles y un instrumento en su misión divina. Y se les suman los bros a secas, hombres que se dan palmadas en Twitter para celebrar su fraternidad machista, esos a los que se justifica con delicadeza: «EE.UU. todavía no está preparado para tener a una mujer en la Casa Blanca». Como si hubiera que pagarles terapia. Imaginen a un tertuliano indicar con gesto comprensivo que el estadio del Melones Fútbol Club no está preparado para un jugador negro como Vinicius.
Trump es el santo. Y Vance, el esbirro de Thiel, un apóstol ultra con abundante hemeroteca misógina que reconoce que la mentira es una herramienta más. El segundo caballo de Troya de los hermanos.