Siempre he estado más del lado de Rousseau («el hombre es bueno por naturaleza») que de Hobbes («el hombre es un lobo para el hombre»). Los años, sin embargo, me han confirmado una cosa y su contraria. Este lunes prefiero quedarme con las cosas buenas, que son tantas. Vivimos, probablemente, en uno de los mejores lugares de la tierra. Las cosechas son habitualmente buenas. Nuestra sanidad es un modelo en toda Europa, lo cual quiere decir que es un modelo para todo el orbe (quien haya enfermado a diez mil kilómetros de casa, sabe lo que digo). La educación, en una categorización objetiva (evaluaciones del sistema), se sitúa por encima de la media de la OCDE. Las empresas, especialmente las familiares, nos han enseñado que con esfuerzo y afán todo es posible. La gente trabaja (la mayoría), o quiere trabajar (la mayoría también), y nuestros mecanismos de protección social son mejores que aquellos que han sido referenciales: el norte europeo. Los artistas destacan: tenemos a Javier Bardem, quizá el mejor actor de la industria cinematográfica mundial; y a Luis Landero, un novelista a la altura de Miguel de Cervantes (el tiempo lo dirá). Pintores, cineastas, músicos, todo un elenco de virtudes y talento. Emprendedores que reemprenden después de haber caído. Los medios de comunicación, los de verdad, siguen siendo independientes. Nuestra tradición de poetas, novelistas e intelectuales es la más importante del planeta. El idioma común, el español, está en el podio de los más estudiados. ¿Qué más se puede pedir?
Ustedes dirán que los políticos no están a la altura. Quizá. Aunque yo creo que sí hay políticos a la altura del gran país en que vivimos. Unos son concejales, dedicados a sus vecinos, y les faltan horas a sus días para diligenciar asuntos municipales. Los hay que gestionan provincias sin ningún tipo de sectarismo: el ejemplo más notable es el de Luis Menor, en Ourense, que le ha dado una vuelta a los fondos de la Diputación para repartirlos sin dejarse influenciar por el color político, lo cual le ha granjeado los parabienes de la oposición. La Administración autonómica ha sido siempre eficaz y el presidente y los conselleiros son espejo de diligencia (¿conocen ustedes problemas sobresalientes en una sola de las consellerías?). Y el Gobierno central funciona, aunque funcionaría mejor si no tuviese que negociar con tirios y troyanos cada ley. Ese es el problema. No una opinión personal. Lo decía Pérez Rubalcaba con aquello del gobierno Frankenstein. Parecía imposible, pero fue posible. Conviene no tirarnos de los pelos. La gente vota y el Parlamento decide, aunque sea contra natura. Sin embargo, el panorama óptimo que he dibujado entre líneas, nada sería sin la sociedad: dinámica y solidaria. Se ha entregado con Valencia. Desde Verín, como desde toda España, han salido máquinas, profesionales, agua, alimentos. Solo puedo sentir orgullo. Somos un país espléndido.