Como me la conozco, preparé un poco el terreno. Teníamos que dar unas noticias de Voz Audiovisual y una de ellas podía provocar en mi interlocutora comentarios malévolos. Así que le anuncié que se había empezado la preproducción de una serie para la Televisión de Galicia y que podía llamar a Fernanda Tabarés para que le diera los detalles, pero que se ahorrara cualquier comentario sobre el título, O home perfecto. En cuanto se lo dije, y en contra de lo que esperaba, reaccionó muy seria, aunque envolvió su comentario en un falso entusiasmo: «¡Ah, ciencia ficción! ¡Qué bien! No habíamos hecho hasta ahora».
Se fue y me dejó riéndome solo un buen rato. Sucedió el miércoles y, desde entonces, se lo he contado a muchos hombres y a una mujer. La anécdota tuvo éxito con todos y produjo carcajadas sonoras y abundantes. Seguramente, porque todavía somos capaces de admitir que el hombre perfecto no existe. Pero no sé cuánto va a durar eso, aunque últimamente parece que vamos regresando lentamente hacia una cierta normalidad y, en esa vuelta al sentido común, también el humor recupera algunos espacios que habían quedado atrapados en la teología dogmática del credo woke (ya saben como son: «Hay que abrir un debate», dicen; y si lo ganan: «Ese debate ya está cerrado»). Esa dogmática se reconoce, antes que nada, porque es triste y manipuladora. Ni tolera el pecado ni lo perdona, pero todo lo sabe sobre generar angustia y decepción sin remordimiento y, por tanto, sin perdón ni liberación posibles. A esa dogmática no le interesa la realidad: la biológica, menos que ninguna. Y como el desprecio de lo real hace imposible el humor, la nueva dogmática interpreta literalmente cualquier broma.