Es menuda como un soplo, como diría Joan Manuel Serrat, pero no pasa desapercibida cuando llega al tribunal vestida de rojo, incluidas sus gafas, ni cuando cuando se pone la toga, a pesar de sus 1,45 metros de altura. Beatrice Zavarro ha tenido entre sus manos la defensa de Dominique Pelicot, el hombre que durante el día era un marido y padre cariñoso, pero durante la noche se transformaba en un monstruo capaz de drogar a su mujer, violarla y ofrecerla a decenas de otros hombres para que abusaran de ella.
Al aceptar la defensa de Pelicot, Zavarro se ha convertido de forma involuntaria en uno de los principales protagonistas de este proceso que ha provocado un gran debate más allá de las fronteras de Francia sobre la violencia que pueden llegar a sufrir algunas mujeres. La abogada no tiene ningún reparo en calificar de «inmundos» los hechos que reprochan a su cliente, pero, mientras todo el mundo lo define como un monstruo o el propio diablo, ella insiste en que, a pesar de todo ello, Dominique Pelicot «sigue siendo un hombre».
Zavarro estudió Derecho con el objetivo de llegar a ser un día juez. No toleraba a los delincuentes y no comprendía que pudieran disfrutar de la televisión en sus celdas, pero cambió tras sus prácticas de Derecho en la prisión de Marsella. El contacto con gente privada de libertad y con un pasado duro sobre sus espaldas le llevó a decidir que su lugar estaba del lado de la defensa.
Cuando Pelicot contactó con Zavarro desde la cárcel, en el 2021, después de que otro prisionero se la recomendara, ella aceptó con la única condición de que le contara todos los hechos. Pelicot le confesó que había hecho violar a su mujer por desconocidos tras drogarla. En aquellos momentos solo habían identificado a una decena de agresores y Zavarro no podía imaginar que terminarían en un proceso con 50 acusados, «degenerados» les llama su víctima, Gisèle Pelicot. Tampoco podía presentir que el juicio sería a puertas abiertas, seguido a diario por el público y la prensa nacional e internacional. A pesar de ello, en ningún momento ha pensado en renunciar a la defensa de Pelicot, ni siquiera cuando comenzó a recibir mensajes y llamadas amenazadoras.
Solo hubo un instante de duda, al principio del juicio, cuando la tensión estaba en su punto álgido, pero su marido, que la acompaña y está todos los días junto a ella en la sala de audiencias, le dijo que no podía renunciar. Han sido tres meses sola frente a la fiscalía, que ha pedido la pena máxima contra Dominique Pelicot, y sola frente a los 40 abogados del resto de acusados, que han intentado cargar la responsabilidad de sus clientes sobre el principal instigador.
Beatrice Zavarro no grita ni gesticula, al contrario, es sobria en los gestos y no levanta la voz. A pesar de ello, sabe imponer su presencia cuando toma la palabra. Y, a diferencia de otros abogados defensores, ella nunca ha atacado a Gisèle Pelicot; al contrario, siente un gran respeto por ella y piensa que «es una mujer valiente, que tiene mucha elegancia y un discurso muy comedido desde el inicio del proceso».
El juicio llega a su fin y Zavarro ha hecho «lo que debía hacer, explicar claramente qué es Dominique Pelicot», arrojar luz sobre las razones por las que actuó como lo hizo, sin buscarle excusas.