Comer sí, pero un poquito de organización por el bien de todos
Centro de vacunación de A Coruña. Cinco personas —exactamente— estaban dando vueltas buscando la entrada. Pasaban unos minutos de las dos de la tarde y las puertas se encontraban cerradas. De repente, se abre una de ellas y asoma una sanitaria. Los que estábamos allí (casi todos habíamos salido del trabajo para acudir a la cita) comprobamos estupefactos cómo nos remitía a un folio pegado en una de las puertas: de dos a tres el vacunómetro está cerrado («porque nos vamos a comer», apostilló la mujer). ¡Sorpresa por la explicación! Lógicamente, todo el mundo tiene derecho a un descanso y a su hora para comer, pero... ¿se tienen que ir todos a la vez y cerrar la puerta a cal y canto? ¿No pueden hacer turnos para comer y tener a disposición de aquellos que van a vacunarse el recinto y a los profesionales que en él prestan sus servicios? No es una manera complicada de trabajar. Todo lo contrario. Los profesionales sanitarios ya operaron así con muchísima eficiencia y capeando todo tipo de problemas durante la pandemia. Un centro de salud no cierra porque se van a comer sus profesionales. Un hospital tampoco lo hace. Los horarios hay que adaptarlos. Simplemente. Marisa García. A Coruña.
Harto de los políticos
¡Harto me tienen los políticos que solo se limitan a hablar de temas que no les interesan nada más que a ellos! ¡Harto me tienen los políticos que se enfundan en sus trajes y corbatas y evitan su presencia a los votantes que han sufrido la muerte de familiares en la dana! ¡Harto me tienen los políticos que no empatizan y no saben para qué han sido elegidos! ¡Estoy harto!. Carlos Seoane. Lugo.
Jácome y el cementerio de elefantes
Acabó Rueda por dar la estocada final al baltarismo para convertirlo en un extraño modelo híbrido, kafkiano y, ante todo, grosero: el jacomismo. Baltar se ha exiliado en el viejo y lujoso cementerio de elefantes que es el Senado. A cuerpo de rey. Rueda, que poco le interesa Ourense, juega a ver cómo los yihadistas, en la miscelánea que es la ciudad del Miño, acaban por desgastarse. Algo que no sucede. Jácome es fuerte. El PPdeG se ha convertido en un extraño estratega. Candela García. Madrid.
El suicidio, hablemos de ello
«¿Cómo ha podido hacerlo? No pensé que estuviese tan mal…» Reincidir en ese tipo de comentarios están fuera de lugar. Estas frases e interrogantes son las que nos hacemos, cuando alguien cercano decide poner fin a su vida. Pensar así nos posiciona en el victimismo de cómo ha podido hacer esto sabiendo el dolor que podría causar. En qué lugar se encuentra la empatía cuando lo único que deberíamos de pensar es por todo el horror que esa persona ha debido pasar para tomar esa decisión. Son muchos los que piensan que los suicidas son personas con alguna enfermedad mental, pero lo cierto es que la soledad y la falta de empatía pueden hacer que alguien esté fuera de lugar.
Sentirse desplazado en una sociedad que no para un segundo es fácil. El ritmo de vida no deja tiempo para mirar detenidamente o charlar con el que está a tu lado. La depresión suele ir acompañada de la tristeza, que siempre es una ayuda para que las ganas de vivir desaparezcan. Hay otros condicionantes que son determinantes en un acto que no tiene marcha atrás. Se tratarían de las drogas o de llevar una vida vulnerable. Ambos, sin ser motivos suficientes para poner fin a la vida, pueden favorecer la terrible acción. Dejar de estigmatizar esta forma de morir y tratar de hablar de ella con naturalidad es una manera de ayudar a muchas personas que en estos momentos se sienten solas. Y tal vez, de esta manera, podamos evitar que contabilicemos muchas más muertes por suicidio. Beatriz Granda. Madrid.