Estrangulados, desarmados y cautivos por los extremos de la contienda política en España, así se han quedado los más de cuatro millones de españoles que llegaron a votar en unas generales por Ciudadanos, por Albert Rivera. Son huérfanos de centro. ¿Dónde están todas esas papeletas de un supuesto caladero centrado? Se me vienen estos votos a la memoria tras las palabras del rey en su discurso de Navidad, cuando habló de una batalla política que, a veces, se torna «atronadora» e impide avanzar a la sociedad. Ni caso le hicieron los dos grandes partidos, como se pudo ver tras sus reacciones. Ambos dijeron que el monarca tenía la razón, para, a continuación, seguir con los golpes bajos. Cada uno a lo suyo. Felipe VI reclamó serenidad para evitar un ruido de fondo que impide escuchar a la ciudadanía. Por supuesto, la monarquía está por encima de los colores políticos. Pero esas referencias a la ciudadanía, a la «noción de bien común», recordó a la mejor época de Rivera, quien luego se lo cargó todo con su carácter ególatra, volátil y efervescente. Dinamitó el presunto centrismo de su fuerza política.
Pero ese espacio político existió. Y esos españoles no han muerto. Fueron estables durante tres generales, con ese récord que pasó la barrera de los cuatro millones en el 2019, con 57 diputados y logrando ser el tercer partido más votado. En el 2015 y en el 2016 superaron también los tres millones. Un lugar que parecía consolidado y que desapareció como un truco de magia, como un azucarillo en un café. Cs fue una idea bonita y, como todas las ideas bonitas, se fueron por el sumidero de una realidad política española que, cada vez, se ha tensado más por estrategia de todas las fuerzas políticas hasta resultar el ambiente casi irrespirable. En España no hay un espacio tranquilo. A Ciudadanos se lo piropeaba con que era el lugar del sentido común, el menos común de los sentidos. A la vez que los críticos le afeaban que eran tibios, que abrazaban una economía de derechas y una política social demócrata al mismo tiempo. Que era unos liberales salvajes que se escondían tras una careta de propuestas de progreso casi de izquierdas, de apertura en los derechos sociales. En cualquier caso, sedujeron a un montón de personas que hoy en día podrían reaparecer y resolver la absurda aritmética del Congreso que solo permite que Sánchez sea el que sume, con unas piruetas sin precedentes en el vacío independentista. Pero ¿dónde están esos cuatro millones? Dicen los expertos que se reparten entre los que optan por Sánchez, los que lo hacen por Feijoo y los que se han quedado en casa, en la abstención. Dicen esos mismos expertos que las mujeres de esos cuatro millones prefieren a Sánchez. Que muchos de esos votos que provienen de los que fueron los niños del baby boom y que hoy tienen cincuenta o sesenta años optan por Feijoo, por aquello de que los años amansan y el carácter se vuelve más conservador. Churchill resumió como pocos la política: «La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces». Que se lo digan a Sánchez, que sigue bien vivo. Esos votantes mutantes están en algún lado.