Ochenta años y aún apesta. Es así. Nunca se escribirá lo suficiente sobre los campos de concentración. Como tampoco nunca se escribe lo suficiente sobre la guerra en Ucrania o en Gaza. Ocho décadas de horror. La muerte como una industria. Auschwitz es el máximo exponente de la crueldad. Más de un millón de muertos, solo allí. Ese fue el paso adelante que dieron los nazis. El hombre cometiendo matanzas ha sido una constante en la Historia. Pero la maldad de Hitler elevó el listón con la decisión de la solución final. Con ese traslado masivo de judíos para ser aniquilados en las cámaras de gas cianuro, para ser utilizados como cobayas humanas. Nunca se harán películas suficientes. Las imágenes documentales que existen de la liberación son terroríficas. Seres perdidos, auténticas carcasas humanas que no saben muy bien cómo reaccionar a la llegada de los soldados soviéticos que los sacan de su reclusión. Lo que vivieron fue tan fuerte que muchos jamás saldrán de esa reclusión, de esa prisión. Muchos fueron supervivientes llagados por fuera y por dentro para el resto de su vida. Solo hay que leer a Primo Levi. Es necesario volver a poner aquí en este aniversario sus líneas escritas en Si esto es un hombre: «Los que vivís seguros. En vuestras casas caldeadas. Los que os encontráis, al volver por la tarde, la comida caliente y los rostros amigos: Considerad si es un hombre. Quien trabaja en el fango. Quien no conoce la paz. Quien lucha por la mitad de un panecillo. Quien muere por un sí o por un no. Considerad si es una mujer. Quien no tiene cabellos ni nombre. Ni fuerzas para recordarlo. Vacía la mirada y frío el regazo. Como una rana invernal. Pensad que esto ha sucedido: Os encomiendo estas palabras. Grabadlas en vuestros corazones. Al estar en casa, al ir por la calle. Al acostaros, al levantaros; Repetídselas a vuestros hijos. O que vuestra casa se derrumbe, La enfermedad os imposibilite. Vuestros descendientes os vuelvan el rostro». El que lucha por la mitad de un panecillo. Terrible. Los líderes mundiales acudieron ayer a rendir homenaje. No es suficiente. El mejor homenaje que se le puede rendir al sufrimiento humano es terminar con las salvajadas que esta misma semana se seguirán cometiendo en Ucrania, en Líbano. Pero es imposible. El hombre lleva la guerra en su interior. La espada siempre vence a la pluma. Cuando la pluma no se utiliza como un cuchillo a traición. Hay algo despreciable en la condición humana que adornó y adorna todas las eras del rojo de la sangre, de la violencia gratuita, del castigo al supuesto enemigo, de la tortura por la tortura, de la invasión como medida política. Del desprecio como primer paso hacia el odio. Y el odio como primer paso hacia la muerte. Tenemos Auschwitz en el corazón, en la memoria, en el alma, pero queremos gastar más que nunca en armas. ¿Para defendernos? Para matar. Para asesinar.