
Nuestra sociedad cambia continuamente. En lo político y en lo social. Lo que antes se consideraba impensable o tabú puede volverse aceptable o popular con el tiempo. Y viceversa. Estas transformaciones pueden suceder de manera gradual y natural (como ha ocurrido con los tatuajes) o acelerado y traumático, como respuesta a hechos extraordinarios o campañas.
El servicio militar obligatorio era innecesario y, a la vez, impopular en la España de los años 90. Supo verlo hasta Aznar, que nunca fue sospechoso de ejercer de «paloma» en seguridad y defensa. Bajo su mandato, en el 2001, se acabó la mili. Casi nadie la ha echado de menos en 24 años. Solo algunos falsos patriotas de esos que exhiben la bandera en redes y, a la vez, rinden pleitesía a Trump y a Putin. Esos que sueñan con glorias imperiales de pasados abominables.
Ahora, por la defección del ogro naranja y la amenaza rusa, vuelve el debate sobre la mili. Estará en las tertulias. Lo leeremos en la prensa. Habrá tormenta en las redes. Bramarán ultrainfluencers en TikTok y YouTube. Actuarán los agentes de los lobis (como las meigas, habelos, hailos). ¿Se moverá algún marco? Parece difícil. Por nuestros valores y porque estamos muy lejos de los tanques de Moscú. ¿Y si le preguntamos a esos jóvenes que votan a Vox? ¿Nos llevaríamos una sorpresa?