Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a pasar. Estas tres frases marcaron un antes y un después en la reputación de Juan Carlos I. Luego ya vino la realidad a cargársela pero, en aquel momento, fue capaz, con esa fórmula mágica que es la disculpa, de retrasar su salida de la primera línea y de congraciarse con parte de la sociedad.
Un «lo siento» es poderoso porque te obliga a pensar en ti y en los demás. Eso por no hablar de lo que desahoga. Aconsejable para la vida personal, puede resultar estratégico para la vida política. Si Jácome se hubiese disculpado (ojo, no culpabilizado) por el hecho de que un hombre condenado dos veces por abuso sexual fuese el elegido para hacer de Baltasar en la cabalgata, la polémica se habría desvanecido. Pero al alcalde de Ourense lo que le gusta es el barro (y tener siempre la razón).
Peor que la desafortunada elección fue la hilaridad que desprendió —con Armando Ojea a su lado, cambiando el papel de mudito por el de risitas— al hablar del tema en el pleno. Volvió a quedar clara su escasa capacidad de empatía y de compromiso social. Señor alcalde, no nos gusta que nos toquen el culo si no queremos. No nos gusta que nos besen si no queremos. No nos gusta que un hombre condenado por hacerlo nos salude subido a un camello. Ni que nos lance caramelos. ¿Que no fue culpa suya? Vale. Pero sí fue su responsabilidad, como alcalde, el más personalista de la historia de la ciudad. En su caso no harían falta ni las tres frases del rey. Lo siento. No volverá a pasar. Pero es mucho pedir. Ojalá pudiera entender —como lo hizo el portavoz del BNG desde el minuto uno— que hay cosas que, simplemente, no están bien. Esto no va de leyes, ni de jueces. Esto va de la dignidad de las mujeres.