Alguien podría pensar que es raro que aproveche mi trocito de periódico para dedicarle unas letras a mi padre. Pero en realidad, no se las estoy dedicando a él. Son palabras para Paco de Francos, para Paco de Correos y para Paco de la Postal. Esos tres apelativos se repitieron ayer en la presentación de un libro en el que recoge muchos de sus recuerdos, pero cuyas páginas guardan también algunos anhelos. Este Paco que acumula tantos apellidos tiene además, como todo el mundo, defectos. Y es probable que algunos de ellos los comparta con él. Pero también atesora virtudes. Y en esas se fijaron las personas que, a pesar del frío de Maceda, lograron que el día en el que hablaba en alto de sus memorias, de su memoria, fuese cálido.
Por parecernos demasiado —o por parecernos demasiado poco— llevamos toda la vida chocando, aunque nunca hayamos llegado al siniestro total. Pero a lo que jamás le podré poner una pega es a su asombrosa capacidad de trabajo y a su constante voluntad de ayudar a los demás. Quizás por eso mucha gente nos felicitó, a mí y a mis hermanos.
Con el libro en la mano es inevitable pensar que a lo mejor algunos capítulos de la vida los podría haber escrito de otro modo. Lo que ocurre es que en demasiadas ocasiones son las circunstancias las que dictan la existencia.
«Desde que lo conocí, siempre me trató como si fuera de la familia», me decía ayer una persona que lo aprecia. Y así, con otras palabras pero con la misma sensación, muchas otras.
Salió de una pequeña aldea de Maceda y construyó un sueño, el suyo. Pero también ha ayudado a miles de personas a recorrer su camino elevando a la enésima potencia sus obligaciones profesionales. Respondiendo siempre. Dando más. Eso puede ser bueno o puede ser malo, pero lo cierto es que es.