Ángela López lleva toda su vida en el mismo pueblo de Baltar, Niñodaguia, y afirma que nunca ha cogido un catarro
01 jul 2024 . Actualizado a las 18:30 h.Ángela López Palomanes tiene 101 años, una cabeza privilegiada en la que almacena decenas de coplas y recuerdos y el cariño de los vecinos de su pequeña aldea, Niñodaguia, en el concello ourensano de Baltar. El año pasado fueron ellos precisamente los que quisieron demostrarle ese afecto a la centenaria, organizándole un cumpleaños de lo más especial. Capitaneados por Virginia y José Ricardo le montaron una fiesta sorpresa que Ángela nunca va a olvidar. «Pero es que cumplía cien años y queríamos que se sintiese más arropada que nunca», confiesa su amiga.
Este 14 de junio sopló las velas de los 101 con menos gente a su alrededor, pero igual de feliz. «Síntome ben e a verdade é que non me podo queixar», afirma. Ángela nació en 1923 en la aldea de Baltar en la que sigue residiendo hoy en día. Lleva toda su vida en Niñodaguia y asegura que de allí no se mueve. Es una anciana muy pilla: bromista, espabilada y con mucho carácter. Si se le pregunta por su infancia, descata, como es habitual en ella, lo más divertido. Porque Ángela tiene tendencia a quedarse con lo bueno. «De nova fixen todas as trastadas que puiden», recuerda. Lo que más le gustaba, y le gusta todavía, es cantar coplas, especialmente si son un poco pícaras. Tiene en su memoria un buen puñado de ellas. Le encanta recitarlas o simplementes soltarlas de memoria mientras cocina. Porque sí, Ángela se sigue preparando la comida cada día. «O que máis me gusta é a verdura, de calquera tipo ademais. Como moi ben as cenorias, as berzas, as xudías, as patacas...», dice.
No todo en su vida fue reír. Esta vecina de Baltar recuerda la Guerra Civil de lejos, con sus momentos de sequía y de hambre en el pueblo. Lo que tiene más fresco es la pandemia de coronavirus. «É moi raro que eu colla un catarro. Nunca me poño mala, pero o covid collino e leveino ben», admite. Siempre le tocó trabajar. «Estiven na serra dos pinos. Fun á seitura oito anos e logo aprendín a tecer», explica. Lo hacía en una tejedora que le compró su padre. Todavía hoy cose, cuando sus manos se lo permiten. Lo que no perdona ni un solo día es la lectura. Ángela lee sin gafas porque sus grandes ojos verdes aún se valen por sí mismos. Lo que le cuesta un poco más es caminar. A sus 101 años, a esta ourensana le falla un poco el equilibrio, de ahí que hace cinco meses dejase de salir de casa. «Antes estaba todo el día en la calle, salía con una silla y estaba allí, fuese invierno o verano», dice Virginia. Lo que le impide seguir haciéndolo son las escaleras de entrada a su pequeño hogar. «Tratamos de animarla a bajar con nuestra ayuda y que así le dé el aire, pero no quiere», afirma la vecina de Ángela. «Dame medo caer porque non sei ben onde poño cada pé», dice la centenaria. En casa duerme todas las horas que puede, ve la tele, lee y cocina. Un par de veces al día tiene visitas de vecinas o de una empleada que va a ayudarla con la limpieza y el aseo. «E cando me lembro póñome a dicir as coplas todas que sei», asegura.
Ángela mantiene la buena genética que heredó de su madre. Es la mayor de cuatro hermanos, que ya fallecieron, y nunca se casó. Tiene un sobrino. Y desde hace muchos años ha sumado a su familia a las vecinas que la cuidan y quieren cada día. «Es una mujer luchadora y trabajadora, con un carácter muy fuerte y un sentimiento de amistad muy arraigado. Ella lo da todo por los suyos y ahora a nosotros nos toca devolvérselo», afirma Virginia, que es hija de la que fue una de las mejores amigas de Ángela. «Tenían cada una la llave de la casa de la otra y estaban siempre pendientes. Mi madre falleció hace cinco años y Ángela siempre la cuidó», dice.