Nunca se me dieron bien las Ciencias ni sé que aplicación concreta tiene la teoría de la relatividad en mi vida, pero siempre sentí que el tiempo es relativo. Cuando era niña, las tardes de verano duraban una eternidad, así como la obligada espera de dos horas antes de bañarme en la piscina pública de Celanova. Ya no tengo que esperar para meterme al agua después de comer y, sin embargo, el tiempo no rinde. Siempre es tarde. Como para escribir esta columna. Se me ha hecho tarde otra vez. Y ya enfilamos el final del mes de agosto. Se están yendo los visitantes, hay sitio en las terrazas, se empiezan a presentar eventos del mes de septiembre, como el OUFF, empiezan las ligas y los políticos se asoman de nuevo, aunque estos sin muchas ganas. Las ligas de Primera y Segunda División, que nos quedan tan cerca y tan lejos, comienzan con los mismos protagonistas de siempre. No está Ourense en ese escenario. Nos toca esperar. La lenta rutina de este agosto tan cálido engaña. El tiempo corre igualmente veloz. Ya no somos pequeños y los trabajos y los plazos urgen. No queda nadie en la oficina, hasta el tiempo se ha ido. Es verdad que quedan todavía algo más de dos semanas para que empiecen los colegios, para que vuelva el bullicio de las horas punta de entrada y salida de los centros. Poco bullicio en todo caso en una ciudad y una provincia como Ourense con tan pocos niños. Solo en eso, en el descenso de natalidad, fuimos socialmente adelantados. En eso vamos a la cabeza. Y de cabeza. Y ahora ponen las guarderías gratuitas y dan cheques y ayudas para los niños pequeños. Me da que también es ya tarde para eso.