Hostal y chocolatería con historia

Antonio Nespereira OURENSE/LA VOZ.

OURENSE CIUDAD

Padre e hijo encarnan dos generaciones volcadas en el sector hostelero, gestionando uno de los establecimientos más conocidos del casco histórico

11 jul 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Hay apellidos que van ligados a determinadas actividades, incluso a marcas. Cándido se asocia a hostelería con historia en la capital. El mismo espíritu emprendedor que prendió en el padre, germinó en el hijo. Ambos llevan el mismo nombre, presagio de una actividad que también les es común. El padre empezó por los años 50 en un restaurante y compró la casa en la que hoy está el hostal, en Hermanos Villar, y en 1993 su hijo decide abrir la chocolatería en los bajos del inmueble.

«Todo esto estaba muy abandonado», dice el precursor de la saga recordando que adquirió el inmueble en el año 1972. «Hemos trabajado muchísimo», recuerda. Tanta dedicación le ha puesto que con orgullo dice que nunca estuvo de baja «pese a que me he tenido que operar cuatro veces.

El hostal tiene casi una veintena de habitaciones y los salones de la chocolatería son amplios y confortables. El hijo había tomado rumbo profesional muy alejado del sector, pero recaló en él. «Trabajaba en la banca, pero no me gustaba y en 1993 decidí incorporarme al negocio familiar». No solo no está arrepentido, sino que se le ve feliz en la hostelería. Dice que «es un poco esclava pero no la cambio».

Especializarse

Y ahí están ambos, deambulando por la chocolatería, un producto que, con este calor, retrae un poco, la verdad. Cándido hijo reconoce que «en invierno trabajamos bien, pero en verano servimos más otras cosas, sobre todo helados o refrescos, también en la terraza».

Decidieron optar por la chocolatería «porque en Ourense no había muchos establecimientos de este tipo». Estudiaron el sector y se lanzaron. Eso sí, la fórmula del chocolate «es un secreto», dicen, y siguen con ella desde que abrieron. A lo sumo aciertan a decir que tanto el producto base como los churros «tienen que ser de máxima calidad porque estamos hablando de cosas muy delicadas».

El negocio se complementa con el hostal, un establecimiento -recuerda el padre- «que tenía muchos viajantes de comercio que incluso echaban aquí tres o cuatro días». Ahora las estancias son más cortas.

La ubicación es singular. Los esfuerzos por recuperar el casco histórico han dado sus frutos, pero no en todas las calles por igual. Hermanos Villar tiene menos flujo de personas que las adyacentes, lo que a priori puede ser un hándicap. Pero siempre hay una clientela fiel, hoy igual que siempre. Cándido padre recuerda las épocas en las que la zona era ruta obligada para tomar vinos. «Se bebía vino sobre todo, nadie hablaba entonces de cervezas, y había mucha gente que tomaba y cantaba», dice entre sonrisas.

Hoy los momentos económicos son un tanto turbulentos, pero el timón del negocio sigue firme. Su hijo se conforma con que las cosas «no vayan a peor». Eso sí, también reconoce que «sigue siendo complicado encontrar a gente que quiera trabajar aquí». Y eso que ellos tienen un cuadro de personal bastante estable.

Ambos están curtidos en dificultades que han superado y en ese propósito siguen. No les importaría que la saga generacional siguiese, pero como dice Cándido hijo, «esto tiene que gustarte».