Las fiestas de San Antonio Abad son las primeras del ciclo invernal. En tiempos, cuando su origen pagano, celebraban el solsticio de invierno y se honraba al sol. También se encendían las primeras hogueras del año, en la que el fuego purificaba y quemaba lo viejo y malo con el fin de dejar espacio a la renovación del comienzo del año. Con razón dice el adagio: «San Antón de xaneiro é o verdadeiro, San Antón de San Xoán é un mentirán».
Estas ceremonias naturales evolucionan en el tiempo, así como las religiones, que van sometiendo a estas creencias silvestres y paganas. La religión católica es la que manifiesta que el fuego en su origen es pagano y hereje, pues no puede alojarse en él ninguna deidad. Como resultado del establecimiento de la religión cristiana, la celebración litúrgica del 17 de enero se emparentó a San Antonio Abad, patrón de los animales.
Es la Iglesia quien procura y ambiciona a hacer propias las fiestas que en principio no lo son. San Antón como popularmente se le conoce, tiene un gran fervor y unas sólidas raíces en el colectivo rural, muy supeditado a la ganadería doméstica. Es sabido que está reconocido como patrón de los animales de cerda, razón por la cual en la talla del santo se le representa acompañado de un cerdito. Decía don Julio: «Si el cerdo volara no habría ave que se le igualara». Y lo mismo pensó San Antonio Abad cuando se le acercó una jabalina con sus jabatos que tenían ceguera y los curó. Hasta entonces el cerdo, ni comerlo, ni tocarlo, vivo ni muerto, era animal inmundo, símbolo de la maldad y el pecado. Su consumo o contacto podían contaminar a las personas y alejarlas de la mano de Dios ya que representaban la impureza moral y espiritual. Sea como fuere este gordito animal rosado le debió caer en gracia a San Antonio y tras la curación de los guarrillos el santo dio a entender que había logrado vencer la impureza que tenía el animal.
Por gentileza de este milagro, no tardaron los paladares de la cristiandad en ver en el cerdo el animal más suculento y rentable culinariamente. Ya se sabe: «Del cerdo gustan hasta los andares» o «De la cabeza hasta el rabo todo es bueno en el marrano». Desde ese momento la devoción por el santo fue en aumento. Durante siglos su comida sirvió para diferenciar a cristianos de musulmanes y judíos. Así, el tocino era como una señal de ser cristiano viejo. «Más judíos hizo cristiano el tocino y el jamón que la Santa Inquisición», decía un popular refrán. En el más importante libro de agronomía de la historia de España del año de 1513 dice: «Los puercos en vida no aprovechan, y muertos hinchen y hartan la casa, así los avaros vivos no dan nada, y muertos hinchen a todos, y más valen y aprovechan muertos que vivos». Toda una lección moral que, reflexionando a día de hoy, he de reconocer que en este país de cerdos más falta hace el pan, que chorizos sobran. Las comparaciones son odiosas, pero a veces necesarias y poco ha cambiado la pocilga.
En Verín, en un otero próximo al pueblo de Ábedes, tiene el humilde santo una capillita y cada 17 de enero, festividad local, se celebra una romería. Cura, procesión y bendición son para el santo. Para los mortales: charanga, fuego, comida y mucha bebida. Mitología y religiosidad arden hermanadas en grandes hogueras en donde el humo ahuyenta rivalidades y purifica la carne del marrano. Cada año que entro en la capillita me emociono, ¡no por el santo!, sino por el cochino que lo acompaña. El cerdo o «hucha del pobre» desempeña un importantísimo papel a lo largo de los tiempos, pero él no lo sabe. Eso sí, intuye de alguna forma su próxima muerte y se lamenta con resignación en una fiesta en torno al sacrificio, en un rito ancestral y colectivo.
A mí me extasía la glorificación del mártir, de ese cochino, gorrino, guarro, marrano, puerco, verraco o como ustedes quieran llamarlo. Al cerdo lo mete uno en casa y tiene todo el derecho del mundo a no hacer nada y de tener satisfechas sus necesidades. Es un animal de paso y tiene que marcharse pronto, tiene que cumplir su cometido y asume su destino. Su sacrificio quita el hambre de las bocas y pocas cosas hay que satisfagan el alma como comer un buen cocido. En fin, que el chorizo de San Antón ustedes lo asen bien y lo coman mejor, porque ya se sabe al comer chorizos llaman buenos oficios y llegando el San Antón pocos cerdos ven el sol. Salud y buen provecho.