
Pocos historiadores dudarán en calificar al cardenal Segura como uno de los más ultramontanos y reaccionarios de la España del siglo XX. En alguna ocasión calificó a Franco de «peligrosamente liberal». Pedro Segura ya había dado la nota cuando era arzobispo de Toledo y debido a su defensa del régimen monárquico forzó a la República a expulsarle de España. Tras un exilio de cinco años en Roma, la España de Franco le abrió sus puertas, estableciéndose en Sevilla, como cardenal-arzobispo. El idilio con el nuevo régimen duró poco y pronto comenzó a causar problemas. Se negó a que Franco entrase bajo palio en las iglesias, pues decía que no era «un gobernante legítimo» como su admirado Alfonso XIII, aparte de ausentarse de Sevilla cuando el Caudillo aparecía. Persiguió como nadie las películas que él calificaba de inmorales, como la Gilda de Rita Hayworth y Glenn Ford, e incluso amenazó de excomunión a los que fuesen a verla. Como no tenía pelos en la lengua, un día dijo en plena homilía en su catedral sevillana: «Caudillo es sinónimo de demonio», a lo que añadió, tras un largo silencio: «Y no lo digo yo, sino San Agustín».