pontevedra | La plaza de toros de Pontevedra fue ayer todo un espectáculo, tanto sobre la arena como en las gradas. La corrida del corazón terminó siendo un mano a mano entre Francisco Rivera Ordóñez y Manuel Díaz El Cordobés, mientras que Jesulín de Ubrique se limitó a ser un convidado de piedra incapaz de sacar provecho de su lote.
Finalmente, El Cordobés consiguió no sólo poner a sus pies a los dos toros que le tocaron en suerte, sino también a todo el coso de San Roque. Logró cortar cuatro orejas, tal vez un premio excesivo para lo que se pudo ver en el albero, y abrir de par en para las puertas de la plaza. De paso, se ha convertido, a falta de conocer el desenlace de la lidia de esta tarde, en el matador más laureado de la presente feria de A Peregrina.
El ambiente que reinaba ayer para ver a los tres espadas era inmejorable, con un lleno hasta la bandera y un público dispuesto a pasarlo en grande que en los prolegómenos ya se movía y gritaba al son de Paquito, el chocolatero. En las gradas las caras conocidas de siempre del mundo de la política, a las que se sumó, entre otros, Horacio Gómez, ex presidente del Celta.
La corrida del corazón comenzó con un Jesulín que tristemente demostró tener de todo menos corazón para torear. Desde el principio, no le gustó Soñador, un astifino castaño de 510 kilos de peso cuya lidia no hizo honor a su nombre y se convirtió en la pesadilla que cualquier aficionado puede tener. Sin argumentos, el de Ubrique fue incapaz de dar ni un pase a derechas, aburriendo al respetable. Ni se esforzó por intentar torear y optó por el camino rápido con la espada.
La respuesta del público no se hizo esperar. Primero, no respetando el silencia a la hora de entrar a matar, y acto seguido despidiendo al matador entre pitos y abucheos. Pocas veces, la plaza de toros de Pontevedra ha sido testigo de una bronca como la de la tarde de ayer.
No es de extrañar que el público recibiera a El Cordobés con olés y aplausos.
En su segundo, Jesulín de Ubrique mejoró algo. Incluso se dispuso a recibir al toro sentado en el estribo, pero éste no acudió y su gozo en un pozo. Enrabietado consiguió levantar algunos tímidos olés y aplausos, pero sin llegar a conquistar al respetable. Tras un aviso, se llevó como premio unos ligeros aplausos entre un océano de silencio.
Poco arte
Los puristas quizás consideren que las dos orejas que El Cordobés cortó a Avellano fue un precio muy alto para lo que se pudo ver. Pero no hay que olvidar que los toros, hoy por hoy, son un espectáculo y de eso sí que hubo en la arena.
Fueron dos faenas muy semejantes las que ayer protagonizó el madrileño, en las que no faltó de nada: arrojo, chulería, pases abrazado al toro y el omnipresente salto de la rana en su segundo de la tarde. El resultado, una lidia repleta de adornos, el público entregado y cuatro orejas. En su primero del lote, incluso, hubo una fuerte petición de rabo y El Cordobés acabó fundiéndose en un abrazo con Ángel Muñoz, mayoral de la ganadería de Alcurrucén.
La plaza se rindió definitivamente ante el torero cuando éste recogió arena del coso y la besó.
Más arte ofreció Francisco Rivera Ordóñez con muletazos rodilla en tierra, pases mirando al tendido o abrazado al toro. De hecho, firmó la mejor faena de la jornada con el sexto, con el que ya desde un principio levantó a parte del público. Incluso, se permitió el lujo de brindarle los pares de banderillas que el mismo puso: si con el primero y el segundo consiguió un atronador olé, con el tercero fue el acabose al lograr clavarlas a una mano en lo que se conoce como medio violín.
Lástima de acero. La mala fortuna con la espada, a buen seguro, le privó de acompañar a El Cordobés en su salida a hombros del coso de San Roque. Rivera Ordóñez se tuvo que contentar con fuertes aplausos en su primer astado -tuvo que recurrir al descabello en dos ocasiones- y una oreja en el segundo, al que sólo consiguió clavar bien la espada en su tercer intento.
Lo cierto es que si los dos matadores madrileños estuvieron a la altura de la ocasión, también los astados brillaron. Fuertes, nobles y peligrosos volvieron a dejar muy alto el prestigio de la ganadería de Alcurrucén.
Hoy el relevo será tomado por los toros de una de las grandes enseñas de la tauromaquia española. Las reses de Victorino Martín, los victorinos, serán uno de los reclamos del cartel del último día de la Feria de La Peregrina. Frente a ellos, tres espadas de primer nivel: Luis Miguel Encabo, Antonio Ferrera y Pepín Liria, actual poseedor del trofeo Manolete que premió a la mejor lidia de la edición del año pasado de esta cita estival.