«Pontevedra creció, pero el centro es el mismo y el resto extrarradio»

PONTEVEDRA

El famoso médico pontevedrés cambio el quirófano por los archivos y bibliotecas y se ha convertido en la versión moderna del cronista oficial de la ciudad

05 ene 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Se jubiló hace dieciséis años como jefe del Servicio de Cirugía del Hospital Provincial y cambió el quirófano y el bisturí por los archivos y bibliotecas para convertirse en un estudioso de la historia escrita y por escribir del último siglo de la vida pontevedresa, que ya ha ido relatando en tertulias radiofónicas y televisivas al estilo de cronista oficial de la ciudad en versión moderna.

Antonio Días Lema es en sí mismo un libro abierto, lleno de vivencias propias y de recuerdos. Es conocedor de relatos y de anécdotas conservadas en su propia memoria y recopilador de innumerables datos y curiosidades históricos en legajos, actas públicas, periódicos y otros documentos antiguos que ha consultado con ávido placer. Esta afición le vino inducida cuando escribió, ya jubilado, la Historia del Hospital de Pontevedra desde sus orígenes hasta 1955. Y desde entonces, no ha parado de investigar.

Qué mejor historia para contar que la vivida en el entorno donde creció el hijo de El Portugués. Casi aprendió a andar en bici antes que a caminar. Su padre tenía un taller de reparación y venta de bicicletas en el número 9 de García Camba. Allí se trasladó en el año 35 desde la calle Manuel Quiroga y aquel establecimiento fue un símbolo para varias generaciones de pontevedreses y no digamos para los amantes del ciclismo como deporte.

Días Lema conserva su primera bici, fabricada en 1927 y la primera de modelo infantil que hubo en la ciudad. «La tengo en mi casa, debajo de la mesa de mi despacho, pintadita y enfundada».

El edificio donde estaba el emblemático negocio de bicicletas es uno de los supervivientes de la calle García Camba y el bajo lo ocupa ahora la tienda El Molino. En el cuarto piso tenían la vivienda familiar y «desde el balcón veíamos el faro de la isla de Tambo». «De aquella, Benito y José Malvar aún no habían construido los edificios de enfrente».

Recuerda que, siendo él un niño, el «garaje» de su padre fue lugar de tertulias, donde se juntaba una «buena pandilla» de personajes pontevedreses de la época, entre los que recuerda al pintor Ramón Peña (descubridor de los cafés-coloquio), al padre de los Melero, al barbero Enrique Romanones (así conocido por su cojera), al fiscal Moreira y, alguna tarde, al Conde de Bugallal.

El doctor Días nos sitúa en uno de los puntos neurálgicos de la ciudad, que ya lo era en la primera mitad del siglo XX, donde confluyen las calles Peregrina, Andrés Muruáis, García Camba y Virgen del Camino. Daniel de la Sota aún no existí en la trama urbana. Ésta era, ya de aquella, una zona de gran actividad económica y social y en el paseo con nuestro guía se va reproduciendo una estampa olvidada.

El comercio de los Vázquez Lescaille y la primera emisora de Radio Pontevedra formaba parte del entorno urbano en el que vivió Días Lema. «Entonces la radio era lo máximo y ejercía un gran poder de atracción, como la televisión ahora», subraya.

Otro de los grandes establecimientos de esta céntrica zona era el de Encuadernación de Indalecio Viñas, «persona que infundía un enorme respeto».

Al comienzo de García Camba estaba Casa Sánchez, «donde estuvo empleado el padre de Pancho, que después fundó el restaurante El Castaño, «de gran fama y clientela y el único del mundo que nunca tuvo letrero ni hizo propaganda, y donde, pidieras lo que pidieras, comías lo que ponían». El local de Casa Sánchez lo ocupó después el Bar Titón, «donde debutó John Balan».

Siguiendo el paseo, recuerda otros comercios importantes de esta calle: El de electricidad de Antoñito Casas, el taller de Luis Sen, «el mago de la electricidad del automóvil», y el de Miguel Romero, «pionero de las iluminaciones festivas, que llevó hasta la Feria de Sevilla».

Y qué decir del histórico edificio de Correos y sus buzones de los leones. «Nunca olvidaré cuando pusieron la puerta giratoria, fue todo un acontecimiento y la máxima atracción para los chavales de la época», comenta.

El otro lado de la calle estaba flanqueado en los extremos por dos «potentes» negocios de coloniales y ultramarinos, Los Castellanos de Juan Antonio Prieto y el de Matías de Cabo. Y en medio, la Imprenta Couceiro y los cines.

García Camba era la calle de los cines. Primero, el Coliseum, «que tenía el miércoles fémina y con la entrada del hombre entraba la mujer gratis a butaca», recuerda. Y más tarde, el teatro-cine Malvar.

Allí estuvo también el bar y restaurante Urquín, «cuya inauguración fue todo un acontecimiento y actuó Antonio Machín».

Días Lema nos adentra también en Andrés Muruáis, donde se ubicaba el hotel Engracia, «hotel de lujo durante mucho tiempo». Su propietaria, Engracia Casal, también tuvo en la Oliva el Hotel Iberia, donde cenó Eugenia de Montijo en 1896. Y más abajo, donde está la notaría de Apenela, cerraba la calle otro hotel de categoría, El Palace.

El sanatorio de Poza era otro emblema. «Reunía la dotación instrumental y técnica más moderna, poseía una magnífica instalación de Radioterapia por entonces puntera y, en el plano más doméstico, la vajilla era de Limoges».

Andrés Muruáis comunica con la plaza de Galicia, donde estuvo la estación de ferrocarril, y formaba parte de la ruta urbana del tranvía eléctrico, «que con trabajo subía camino de la Peregrina y cruzaba la ciudad en dirección a Lérez. «A los chavales nos impresionaba la campana e intentábamos ganarle subiendo en bicicleta».

Recordando el tranvía, Antonio Días Lema se sorprende de que hoy Pontevedra no tenga un autobús urbano y como defensor de la bici reclama un carril específico para estos vehículos. Le satisface el nuevo modelo urbano, pero reflexiona sobre el gran crecimiento de la ciudad y lamenta que casi todo sea extrarradio por déficit de servicios. «La población se multiplicó por dos y hay un exceso de habitantes para un centro urbano que sigue siendo el mismo de hace casi medio siglo».