El hijo del insigne Filgueira Valverde recuerda sus viviendas familiares, al tiempo que repasa la evolución de la ciudad con sus errores y sus aciertos
15 mar 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Ser hijo, además de alumno, del profesor Filgueira Valverde marca mucho y no es raro que José Fernando Filgueira Iglesias estudiara el Bachillerato de Letras con idea de hacer Literatura. Pero, finalmente, optó por la Medicina, la profesión de sus dos abuelos. «Yo, en realidad, seguí la tradición familiar, interrumpida por mi padre», aclara. Estudió la carrera en Santiago y en Navarra y se especializó en Alemania.
El entorno de su antigua casa familiar, al final de Arzobispo Malvar, frente a la Praza do Peirao y con fachada al Lérez, está ahora en obras. Es un inmueble catalogado, reconstruido sobre el antiguo pazo del almirante Payo Gómez Charino, y esconde los restos de una torre de la antigua muralla medieval. Su abuelo se la compró al médico Cobián Areal y sufrió repetidas reformas. Las hermanas de José Fernando conservan aún la propiedad y su destino futuro aún está por decidir.
Su infancia transcurrió en este barrio y fue «un chico formal». «Entonces los chavales eramos todos buenos porque no teníamos opción de ser malos; no podías hacer nada sin que se enterara tu padre», y menos si era el alcalde. Aficionado al remo, vivió mucho el río y cuando Lores se bañó para celebrar el Puro Lérez, Filgueira Iglesias le comentó que él lo hacía de rapaz con las aguas bastante más sucias. «Eso sí, nos bañábamos con la marea alta y no se notaba tanto».
En el Instituto, su padre era el director y le daba clase de Literatura, pero otro profesor lo examinaba y calificaba. Recuerda que su progenitor lo preparó exhaustivamente para la revalida de cuarto, «tanto que a la catedrática de Vigo que me examinó le debió interesar mi exposición y hasta dónde podía llegar, porque acabó preguntándome todo el temario».
Su habitación era la antesala la de la biblioteca de su padre y le hizo participe de su actividad intelectual. Sánchez Cantón, Iglesias Vilarelle, Sebastián González, Chamoso Lamas, entre otros, frecuentaban su casa y escuchó sus tertulias.
Hoy preside la fundación del legado de su padre y cuando falleció se dio cuenta de que «no me explicó, tanto como yo hubiera querido, algunas decisiones que había que tomar». Pero la profesionalidad de sus colaboradores del Museo fue fundamental para catalogar sus papeles y evitar que alguno se expurgara.
A Filgueira Valverde se le atribuye en gran parte haber salvado el centro histórico. «La zona monumental le costó muchos disgustos y también le dio muchas satisfacciones», recuerda su hijo. «Tenía un colaborador excepcional, García Alén, en la Comisión de Patrimonio y se preocupaban mucho de la pureza de las obras».
Sin ir más lejos, mientras toma un café en la terraza del Carabela, asoma la cabeza fuera del toldo y recuerda el tremendo disgusto que tuvo su padre con el hermano de Manolo Quiroga, que era el arquitecto municipal, cuando añadieron una planta al edificio de este bar, en plena plaza de A Ferrería, que era intocable. Hubo otras cosas que no se pudieron salvar por falta de ordenanzas, como el entorno de la Peregrina. La construcción de los edificios que hacen de telón de fondo de la iglesia «no la pudo impedir en aquel momento porque la ley de protección del entorno de los monumentos nacionales salió mucho más tarde, para su pesar».
Filgueira Valverde se sentiría «maravillado y feliz» con la peatonalización del centro histórico. Su hijo asegura que «si hubiera podido vivirla, pensaría que había llegado a la cima». ¿Y que diría de las obras de rehabilitación que se han hecho en calles y plazas?. Ahí solo se atreve a dar su propia opinión personal, pero razona que, si en los años cincuenta y en época de su padre se hicieron reformas en esos mismos espacios públicos, algunos de los cuales antes eran de tierra, no ve porque por qué no van a poder hacerse en el año 2000.
Sobre la transformación de la ciudad en general, «la veo humana», dice. Y el modelo que se está aplicando le parece «correcto». «Para ir de Cercedo a Sanxenxo no hay por qué pasar por la Peregrina». No obstante se muestra crítico y molesto con decisiones que se tomaron antes, «controvertidas e injustas». «Es inadmisible que hayan hecho el paso de la autopista por la zona marítimo-terrestre, contraviniendo toda normativa, y que no hayamos ganado nada, porque no resolvió la circunvalación de Pontevedra», argumenta. Y volviendo al Lérez, cree que uno de los mayores errores de esta ciudad fue no haber comprado en su día la finca de Monte Porreiro cuando valía 30 millones.
Filgueira Iglesias se define partidario de las discriminaciones positivas en momentos de transición y en cuestiones tan importantes como la lengua gallega o la igualdad de la mujer. Partiendo de la base de que Pontevedra es una ciudad de servicios, lo es también con la peatonalización en cuanto a las molestias que pueda ocasionar en materia de tráfico o aparcamientos, siempre en aras de «un logro futuro» y de una mayor calidad de vida.