Algún investigador debería analizar los genes de los aloitadores de Sabucedo. Seguro que sus gentes guardan alguno que les otorga un ADN especial. Como probablemente lo atesoren sus caballos, ejemplares de bella estampa que campan a sus anchas durante todo el año, con unas pequeñas «vacaciones» en forma de encierro para aligerar sus crines de pescuezo y cola. En el segundo curro alrededor de ochenta sintieron las tijeras recortando su pelo.
Antes fueron inmovilizados con el esfuerzo conjunto de tres personas: Una salta sobre las crines para cabalgar al animal e iniciar su bloqueo, mientras otro toma la cola para dirigirlo y un tercero se aferra a la cabeza para colaborar con el primero en su inmovilización. Más de uno se resiste con tanto tesón que termina perdiendo su carga o se libera antes de que los aloitadores redoblen esfuerzos. Ninguno se salva. En muchos casos, besta y hombres ?también participan mujeres- acaban revolcándose por la arena.
Ayer hubo momentos de tensión, con caballos demasiado cerca del cierre a riesgo de atrapar a su jinete. No faltaron los vuelos desde el muro, punto álgido en la vistosidad de este espectáculo ancestral y sin artificios. A muchos les supieron a poco, pero los aplausos jalonaron de forma reiterada el paso del tiempo, según llovían las crines de los caballos. Entre ellos, los garañones demostraban su fortaleza, su poderío sobre el resto de la manada. Coces, mordiscos y pelea interna: «Mira, ese é como Simoncelli» comentaban jocosos entre el público. Solo faltó que hubiesen logrado atrapar en los montes a Makelele, pero un año más regateó a sus «enemigos» en el monte.