Siete meses en manos de la guerrilla

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

CAPOTILLO

El ingeniero Ángel Blanco vuelve a Pontevedra para olvidar cómo, en fin de año de 1999, fue secuestrado por el ELN

07 jun 2014 . Actualizado a las 20:50 h.

A Ángel Blanco no le tiembla ya el pulso al recordar el peor episodio de su vida. En parte, porque lo hace sentado en una cafetería de Pontevedra (adonde volvió, ya jubilado, hace un año), tras un café caliente, lejos de las guerrillas colombianas que le robaron más de la mitad del año 2000.

Entonces trabajaba en Venezuela para Dragados y Construcciones. Las guerrillas anunciaron una tregua por Navidad, y él y su esposa Sandra se lo creyeron.

El día 31 por la tarde, Ángel Blanco salía de la ducha ya vestido. Entró en el comedor para disfrutar la cena con su familia política cuando cuatro hombres «armados hasta los dientes» se dirigieron hacia él. Cuando su suegro intentó frenarlos, lo tiraron al suelo de un empujón. No tuvieron que forzar nada. La puerta estaba abierta a causa del calor, como casi todas en Barrancabermeja, donde el padre de Sandra trabajaba para Ecopetrol. Desorientado y sin entender qué estaba ocurriendo, el ingeniero pontevedrés fue introducido en una camioneta y obligado a permanecer en el suelo para evitar que lo vieran. Recorrieron pocos kilómetros hasta llegar a un piso, donde sentaron a Ángel en un sofá delante de un televisor. «Estaba más preocupado que asustado», recuerda ahora, catorce años y medio después, desde su Pontevedra natal.

Aquel fin de año de 1999, cuando llevaba dos horas sentado en aquella habitación, sin hablar ni moverse, y vio su cara en la televisión, entendió que acababa de ser secuestrado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la segunda guerrilla más importante de Colombia. «¿Qué van a hacer conmigo?», preguntó. «Ya lo sabrá usted», le contestaron. Aquella noche no pegó ojo, como le ocurría muy a menudo, antes incluso de pasar siete meses bajo el poder de un grupo armado. Pero tampoco habría tenido oportunidad. Poco después lo sacaron del piso, lo metieron en una lancha y subieron por el río Magdalena hasta llegar a la selva. Caminaron diez horas para alcanzar el campamento que utilizaban en ese momento. Nunca pasaban más de veinte días en un mismo sitio. Las estructuras en las que vivían, cambuchis, consistían en cuatro pilares de madera tapados por un plástico. No había paredes, lo que facilitaba mucho los continuos desplazamientos para evitar que los localizaran.

Hizo tres huelgas de hambre en los siete meses que estuvo secuestrado, de doce días la primera y trece las otras dos. Recuerda que llevaba allí dos meses cuando se percató de que los guerrilleros (casi todos de entre 12 y 15 años, y el 90 % analfabetos) eran muy supersticiosos, «así que, desesperado, les advertí de que mi tierra era de brujas, y que se les iba a aparecer la santa compaña. Les dije que eran las almas de las personas que ellos habían matado, que vagaban eternamente con antorchas, y que vendrían a por ellos», cuenta. «En mitad de la noche empecé a gritar todo lo que se me ocurría, y resultó que esa noche salieron las luciérnagas y, como se mueven en manada, parecían antorchas a lo lejos, y empezaron a pegar tiros como locos. Ese día empezaron a respetarme. Dejaron de llamarme cucho (viejo) para llamarme Don Ángel».

Cuatro meses después fueron a buscar a su mujer. Las negociaciones con el Gobierno colombiano estaban avanzando, y querían soltarlo. Pero antes necesitaban que recuperara algo de los 20 kilos que había perdido, así que decidieron que le vendría bien pasar una semana con su esposa. Sandra fue voluntariamente hasta la selva y, cuando diez días después fracasaron las conversaciones y quisieron obligarla a volver, ella se negó. Pasaron juntos los tres meses restantes, administrando los medicamentos a los guerrilleros y paseando por la selva. Nunca les ataron ni golpearon, pero tan pronto fueron liberados, se juraron que algún día dejarían Colombia para siempre.

«Les dije que vendría la santa compaña, vieron luciérnagas y dispararon»

«Llevaron a mi mujer a la selva, y cuando le dijeron que se fuera, se negó y se quedó»