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Dispuesto a imitar a un aventurero inimitable

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

MARTINA MISER

Quiere dar continuidad al legado de su padre, Miguel de la Quadra. Es consciente de que fue un ser único

06 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía un día una mujer, con esa sabiduría y rotundidad que solo dan los años -ella era centenaria y conservaba una memoria prodigiosa- que la vida de uno, muchas veces, la determinan dos cosas: el sitio donde se nace y la persona con la que uno se acaba emparejando. En el caso de Íñigo de la Quadra-Salcedo es totalmente cierto. Él nunca tuvo una vida corriente, convencional. Y se lo debe a ser hijo de un hombre fascinante, el emblemático Miguel de la Quadra-Salcedo, el aventurero que se hacía fuerte cruzando selvas y que un día llegó a casa, le pidió a la familia que le siguiese e Íñigo, sus dos hermanos y madre acabaron de gira con él, domando leones por España entera junto a Ángel Cristo durante seis meses. Pero a Íñigo también le determinó la vida haberse enamorado de Sisi, una vilagarciana. Casarse con ella fue lo que le trajo a Carril, donde vive y donde hace años cambió un trozo de jardín por una «leira de patacas», como él dice, para sentirse gallego. La cita con él es frente al mar vilagarciano, mientras los dueños de los parques de cultivo quitan almejas de las entrañas de la arena.

Íñigo está casi recién llegado a Vilagarcía. Viene, cómo no, de la ruta BBVA -antes ruta Quetzal, nombre que recuperará puesto que el banco deja de patrocinarla-. Hay que vivir alguna vez la ruta para entender que, pese a llevar media vida participando en la expedición, este hombre cuente la experiencia de este año con esa adrenalina y ojos de ilusión que solo tienen los niños. Empieza con la teoría, recuerda que el espíritu de la ruta, de ese proyecto que puso en marcha su padre a raíz de una conversación con el rey emérito para estrechar lazos entre España e Iberoamérica, es juntar a 250 adolescentes de sesenta países y hacer con ellos un viaje «iniciático»; darles la oportunidad de vivir la aventura pero también la historia de un modo fascinante. Y algo más importante aún: demostrarles que tenemos demasiado alto el techo de necesidades. «Cuando al final de la ruta los chicos te dicen que descubrieron que pueden estar un mes sin móvil, sin redes sociales, duchándose solo dos veces por semana, agradeciendo la comida que nos preparan en cada pueblo... Eso es impresionante», enfatiza este hombre.

Gracias a la ruta, en la que hasta ahora trabajaba todo el año llevando las redes sociales y la página web -a partir de ahora será su máximo responsable-, Íñigo ha vivido toda suerte de aventuras. Tantas, que cuenta casi sin darle importancia lo que pasó aquel día que el guía que les llevaba a las fuentes del Río Amazonas, a 5.900 metros, se perdió y estuvieron nueve horas vagando sin rumbo, en un sitio donde en las cantimploras de los expedicionarios se congelaba el agua. Pero este año fue, quizás, el viaje en el que le tocó vivir la experiencia más dura. Fue la primera ruta sin su padre, que murió en mayo; sin el hombre más imprevisible del mundo, el que cambiaba todos los planes para que el espíritu aventurero nunca se perdiese. «Fue muy emotivo. La primera vez que no estuvo. Porque el año pasado hay que decir que literalmente se escapó del hospital, con la vía puesta, para acudir a la audiencia con el monarca Felipe VI. Así era él», recuerda.

«Me lo puso muy fácil»

Miguel de la Quadra, explorador, reportero televisivo pionero, atleta, era tan irreversible, tan locamente ocurrente, que cuando murió en una crónica pudo leerse: «La Ruta salía adelante gracias a Miguel y, a veces, a pesar de Miguel». Íñigo se ríe al recordar esa frase a la que, dice, no le falta razón. Pero ahora toca que la Ruta se haga sin Miguel. Y, de momento, también sin patrocinador. Tiene claro que va a luchar para que la expedición, que suma 31 años, no quede en punto muerto. La secretaría de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica ya le ha dado su espaldarazo. Y ahora toca buscar financiación. «Sé que no soy mi padre, que como él no habrá nadie. Pero me dejó fácil continuar con su legado, porque quienes lo conocieron saben qué es la ruta, lo que significa... La grandeza de esa expedición. No necesito cartas de presentación, lo que él hizo es tan grande...», cuenta.

Con esa ilusión encara el reto. Tiene ejército para empezar a dar la batalla. Entre los generales, su hermano Rodrigo, también totalmente involucrado en la ruta aventurera. Así que no teme el futuro. No lo dice con esas palabras. Pero se nota claramente que el hueco más difícil de llenar no es el de un patrocinador... Sino el hueco que, más allá de la leyenda, dejó Miguel de la Quadra como persona. Recuerda la ilusión que le hizo el día que le dijo que dejaba el Madrid en el que había vivido toda su vida para venirse a Galicia y, desde aquí, seguir íntimamente ligado a la ruta. «Se puso contentísimo, me dijo que comprase una casa desde la que se viese bien el mar, que eso sería magnífico. Vino varias veces aquí, le gustó mucho», cuenta. Ese recuerdo lleva a otro, al cariño que le tenían los nietos al abuelo y viceversa: «Estaba loco con ellos. Imagínate además, mi hijo pequeño se llama Miguel, Miguel de la Quadra-Salcedo, porque el nuestro es un apellido compuesto», señala. Y añade: «Ellos le llamaban el Papá grande». Buena definición para un hombre al que, de tan singular que era, resulta bien complicado ponerle algún adjetivo o etiqueta.

Tiene la carrera de Derecho pero no se plante ejercer la abogacía. De casta le viene ser explorador e irreverente

Hace cuatro años que vive en Carril. Se mudó de Madrid a Galicia años después de casarse con una vilagarciana. Cuando llegó cambió su jardín por una huerta para tener su propia «leira de patacas»