La historia de su abuelo empujó a María Torres, investigadora histórica a buscar la identidad de los gallegos que estuvieron en campos nazis. No solo les pone nombres. Reconstruye sus vidas y acaba sintiéndolas un poco suyas
17 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.María Torres (Madrid, 1961) tenía unos siete años cuando puso la oreja en una conversación de los mayores y estuchó una frase que, a la postre, le cambió la vida: «De repente, oí que mi abuelo había estado en la cárcel». Su curiosidad infantil se disparó y en su cabeza sonaron miles de preguntas. Pero no lo tuvo fácil: «Mi padre fue un niño de la guerra y no quería recordar ninguna cosa de atrás», dice. A ella no le cogía en la cabeza que su abuelo Arturo, con que el que tanto disfrutaba en su pueblo, en Torrubia del Campo (Cuenca), hubiese estado en prisión, porque «a la cárcel solo iban los malos» y él «era la persona más cariñosa y bonachona del mundo». Por eso nada le cuadraba. María, que se hizo adulta y estudió Historia, nunca dejó de preguntar qué había pasado con el abuelo. Y un día supo que Arturo había sido uno de los miles represaliados del franquismo. Pasó por la cárcel y esquivó una condena a muerte. ¿Su delito? Haber dirigido un partido de izquierda. Le conmutaron la pena capital por la prisión y le confiscaron sus tierras. Su ansia de recomponer la historia de Arturo le hizo mirar de frente al pasado. Entonces, descubrió algo que, a sus 50 años, le sigue marcando la existencia: «Por un vecino de mi abuelo que fue asesinado en el campo de Gusen llegué a algo que me era ajeno: que muchísimos españoles murieron en campos nazis. Y decidí investigar».
María Torres vivía todavía en su Madrid natal cuando empezó a rebuscar en la historia para poner nombres a los españoles víctimas del nazismo. Pero pronto cambió la capital por Galicia. Se ríe cuando dice que es «gallega por amor y elección». Llegó a Vigo y, nuevamente, la se dio de bruces con una realidad espantosa: «Me encontré, otra vez, con un mundo desconocido. Me di cuenta de que había unos 200 gallegos o más, porque cada vez aparecen nombres nuevos, que pasaron por los campos nazis o combatieron el fascismo. Son personas doblemente víctimas. Tuvieron que cruzar la frontera, a Francia o a África huyendo del franquismo y al llegar allí sus vidas quedaron en suspenso. Muchos fueron detenidos en Francia y deportados a Alemania o Polonia y llegaron a los campos de concentración y exterminio». Decidió, allá por el año 2010, centrarse en la vida de los 40 pontevedreses víctimas del fascismo. No solo quería saber sus nombres, sino devolverles la dignidad porque «estaban y están totalmente olvidados».
Se topó entonces con que muchas familias querían saber. Pero otras no. Con nietos y otros descendientes que no tenían ni idea de que sus antepasados pasaran por alguno de los campos del horror nazi. Y sus historias fueron calándole cada vez más hondo. Tiene mil anécdotas que contar. Como cuando encontró en los archivos la carta de un vigués deportado que, tras sobrevivir a un campo nazi, le pedía una ayuda al Gobierno de Francia porque estaba gravemente enfermo. Localizó el pueblo francés en el que el hombre vivió y allí se marchó. Preguntando al vecindario, acabó dando con un hijo y así pudo recomponer su historia.
El contacto con las familias
Se encontró también con el caso de una familia gallega, un matrimonio y tres hijos, que se fueron al País Vasco. En el bombardeo de Guernica, al padre le cae una bomba y lo mata. Los dos críos mayores acaban en Inglaterra y la madre y el bebé en Francia. Ella, al verse sin recursos, acaba dando en adopción a la criatura a una familia americana. María Torres, tras indagar mucho en los archivos, localizó a uno de los hijos que se fueran a Inglaterra. Le escribió un correo. Y esperó tiempo y tiempo la respuesta. «Tardó mucho en reaccionar. Eso es normal, cuesta reencontrarse con el pasado. Cada historia es tremenda. Hay un cosa que está clara y es que todas estas personas sufrieron de una forma inconmensurable. Mis chicos, como me gusta llamarles, porque ya los considero parte de mí, fueron muy desgraciados, tremendamente desgraciados. Fueron doblemente víctimas, del franquismo, que los expulsó de su país, y de los nazis. Y, encima, nadie se acordó nunca de ellos. Son los grandes olvidados».
El objetivo de María es dar a conocer el fruto de sus investigaciones. Tuvo un blog que le sirvió de puente con muchas familias. Y escribió también un libro sobre un deportado coruñés, que pronto verá la luz. Su próxima meta es reconstruir en papel la vida de los deportados de la provincia de Pontevedra. Va despacio. Dice que investiga sin prisa pero sin pausa. Madre de tres hijos, plancha o fríe unas patatas mientras pone el ojo en un archivo en inglés para seguir la pista a los deportados. «Puede que no suene profesional, pero así es el día a día. Con esto no gano dinero, pero es lo que me mueve», señala. No descansa ni en vacaciones, cuando aprovecha para visitar Francia u otros lugares en busca de nuevas pistas. Escuchar cómo les llama a los deportados mide lo que se ha implicado en sus historias: «Son mis chicos, así los siento, con sus luces y sombras», espeta la investigadora.