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La casa donde todas las mujeres se llaman Elvira

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Begoña, a la izquierda, y su madre, Carmen, las dos mujeres que ahora regentan Casa Elvira
Begoña, a la izquierda, y su madre, Carmen, las dos mujeres que ahora regentan Casa Elvira CAPOTILLO

La huella que dejó la fundadora de Casa Elvira, un restaurante pegado al Hospital de Pontevedra, fue tan grande que a su hija y a su nieta les siguen llamando por su nombre aunque ellas sean Carmen y Begoña

29 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace un tiempo, horas después que Carmen Sánchez, tras toda una vida de trabajo en Casa Elvira, el restaurante de Pontevedra que abrieron sus padres y en el que ella se crio y trabajó siempre, fuese a comprobar si con los años que tenía cotizados podía jubilarse y disfrutar un poco, la vida le dio un golpe tremebundo. Se quedó viuda de forma tan inesperada como triste. Entonces, miró a su hija Begoña y le dijo: «Ya no quiero jubilarme, quiero seguir aquí, en mi sitio». Y su hija la apoyó. Lo que ocurrió no es una anécdota, como subraya Carmen, sino que refleja tanto el carácter valiente y decidido de estas dos mujeres como el hecho de que para ellas Casa Elvira lo es todo y, cuando todo falla y se pone patas arriba, es también el sitio al que agarrarse.

España inauguraba la década de los sesenta cuando Casa Elvira se inauguró en Pontevedra en el lugar donde ahora está la calle Uxío Novoneyra, muy cerca del Hospital Provincial. Los dueños eran un matrimonio de Lalín que, después de ganarse la vida vendiendo café y licores en las ferias, probaban suerte en la ciudad. Abrieron un local al que bautizaron como Casa Elvira, llevando así al letrero el nombre de la dueña, Elvira Ramos. Comenzó ella a cocinar platos de toda la vida, desde ternera a potajes pasando por pescados. Y empezó a ganar clientela. Tanto la querían que, en cuanto su hija creció, por mucho que una y otra vez reivindicase que se llamaba Carmen, todo el mundo le llamaba -y le llama- también Elvira. Y cuando la nieta, Begoña, empezó a pulular también por el local, la rebautizaron, cómo no, como Elvirita.

La casa de comidas se mantuvo durante décadas en su enclave inicial, donde la familia también estableció su vivienda. Pero hace unos veinte años la piqueta se la llevó por delante. Casa Elvira cayó para que se pudiese abrir una calle. «Hicieron expropiaciones, las pagaron y nos tuvimos que trasladar», explica Begoña, nieta de la fundadora del negocio. Su madre, Carmen, la escucha y añade: «Sí, pero fue duro. Yo durante años no podía pasar por esa zona, daba la vuelta por otra calle para no ver el sitio donde había estado la casa».

 Toda una saga familiar

Con el traslado, Casa Elvira se ubicó donde todavía sigue, en la calle Cobián Areal, también a tiro de piedra del hospital. La fundadora, Elvira, siguió en los fogones hasta muy mayor -murió con cien años-. Y, a su lado, su hija Carmen, esa que hace unos años renunció a jubilarse y sigue a pie del cañón día tras día. Hace ya bastante tiempo se incorporó también al negocio Begoña, hija de Carmen y, por tanto, la tercera generación. En su caso, tanto ella como su marido estudiaron Derecho y llegaron a trabajar en la subdelegación del Gobierno. Pero lo dejaron todo por la hostelería y el negocio familiar: «Estoy encantada aquí. La hostelería es dura pero esto es muy casero, nuestra clientela es de toda la vida. Es nuestra familia», dice Begoña con amplia sonrisa.

Casa Elvira se ubicaba inicialmente en este inmueble, que fue derribado para abrir la calle Uxío Novoneyra
Casa Elvira se ubicaba inicialmente en este inmueble, que fue derribado para abrir la calle Uxío Novoneyra CAPOTILLO

Al estar tan cerca del hospital, Casa Elvira se convirtió en todo un referente para los acompañantes de los pacientes. En sus mesas no solo encuentran un plato con una buena ración de pollo o ternera, sino también palabras de consuelo de Carmen, Begoña y el resto del personal. «Muchas veces tienes que hacer de psicóloga, porque las familias pasan por situaciones muy duras cuando tienen a alguien en el hospital. Te acabas preocupando cada día por cómo está», dice Begoña. Tiene mil anécdotas que contar, como la de unos padres que venían a comer día tras día porque tenían a sus hijos gemelos prematuros en el hospital: «Al principio no contaban con ellos, era tremendo escucharles. Y poco a poco fueron mejorando y ahora los ves y son unos chicos tremendos», indica la hostelera.

El trato cercano y el hacer sentir a los clientes como en casa les lleva dando frutos muchos años y ahora atienden a nietos e incluso bisnietos de antiguos clientes. Además, cada verano reciben la visita de antiguos clientes que se marcharon a vivir fuera. Muchos de ellos tomaron por tradición traerles jarritas u otros detalles de los lugares en los que residen o a los que viajan, y todas ellas lucen en las estanterías y vitrinas de Casa Elvira.

Al mediodía, dos empleadas se suman a las tareas junto a Carmen y su hija Begoña. Entran por la puerta para ir a trabajar y las bromas se suceden: «¿Venís solo a tomar café, verdad?», ironiza Begoña. Y su madre apostilla: «Las personas que trabajan con nosotros suelen quedarse muchos años y también son ya de la familia». Sobre las 12.15 horas, el nerviosismo ya se hace evidente en los gestos y ademanes de Carmen: «Se nos viene encima la hora de las comidas», señala la matriarca. No tiene pinta de ir a jubilarse pronto. Por algo Casa Elvira, además de su negocio, es también su refugio vital.