El vuelo al cielo de Gonzalo, el chico de Marín con una mirada imposible de olvidar
PONTEVEDRA
Falleció con 36 años y tras una vida feliz. Sus padres lo imaginan ahora todo lo libre que no pudo ser aquí por su gran discapacidad, quizás reencarnándose en paloma voladora
26 ene 2023 . Actualizado a las 20:42 h.A Gonzalo Piñeiro González, de Marín, la vida lo privó de andar. Lo privó también de hablar (aunque con enorme esfuerzo de su boca salía una de las palabras más bonitas del mundo: mamá).Y en general, lo vetó para hacer casi todas las cosas que todos queremos hacer. Pero la parálisis cerebral que tenía no le impidió ser feliz. Lo fue, y mucho. Lo decían así sus ojos, que sonreían permanentemente. Y lo saben bien Dolores y Manuel, sus padres, que, aunque ahora están rotos de dolor por el fallecimiento inesperado de Gonzalo a los 36 años, son conscientes de que su hijo no desaprovechó ni un solo minuto de su existencia y de que invirtió casi todo su tiempo en dar amor a los demás y dejarse querer por los suyos.
Gonzalo, como dice su mamá, nació de color moradito. Algo parecía no ir bien desde el principio con el niño, el segundo y último hijo de Manuel y Dolores. A los tres meses le diagnosticaron una parálisis cerebral que lo convirtió desde niño en un gran dependiente. Y la vida de la familia empezó a girar en torno a él y a sus necesidades. Sus padres, como algunos otros en Pontevedra, estuvieron en ese grupo de valientes y pioneros progenitores que fundaron Amencer para contar con un centro donde sus hijos pudiesen desarrollar sus capacidades. Porque sí. Gonzalo tenía muchísimas capacidades. Además de sonreír con los ojos, era un disfrutón de primera. Lo dicen en Amencer, donde estuvo muchos años en su centro de Lourizán y recuerdan bien las ganas de fiesta que siempre exhibía. Y lo explican también sus padres: «A el todo o que fora xuntarse con amigos e coa familia, a festa ou pasear encantáballe».
Recibía con gusto la visita de sus primos y amigos. Adoraba a su hermano y a sus sobrinas. Y era el niño lindo de Manuel y Dolores, que intentaban apartarle todas las espinas del camino. Recuerdan que a Gonzalo le daban pánico las ambulancias, en las que de cuando en vez le tocaba ir hasta el hospital de Montecelo por algún achaque. Sus padres se hicieron con un coche adaptado para librarlo de ese mal trago del transporte sanitario. Y desde entonces a Gonzalo le encantaba ir en coche, aunque fuese para una visita al médico.
Su cerebro funcionaba a la perfección. Y, si bien no podía expresarse con palabras, él siempre buscaba la fórmula de hacerse entender, sobre todo si quería pedir una manzana del frutero o alguna chuchería. Su padre dice que era «totalmente intelixente» y su madre lo define como «un rapaz boísimo». En la familia Amencer, donde el fallecimiento de Gonzalo también ha caído como losa pesada, hablan en la misma línea. Recuerdan que le gustaba hacer de todo y que su mirada, que sus ojos alegres, son imposibles de olvidar para quien se haya fijado en ellos.
Manuel y Dolores, sus padres, se reconocen rotos tras su muerte. No la esperaban, porque Gonzalo no estaba enfermo. Ni estaban preparados para ella porque es imposible estarlo. Ahora les toca recorrer el camino más difícil. Por eso han decidido empezarlo en positivo, pensando en que la bondad de Gonzalo no tiene otro destino que no sea un cielo, el que sea, y que quizás él, que aquí no pudo ser todo lo libre que debería haber sido, se reencarne en una paloma de paz que nunca deje de volar.