El rapaz de Valongo que se fue llorando a pelar patatas a Brasil y acabó alternando con reyes y presidentes del Gobierno
PONTEVEDRA
Manuel Antas, empresario, político y filántropo que murió esta semana, obtuvo la Medalla de Galicia y es hijo predilecto de Cotobade
24 mar 2023 . Actualizado a las 19:39 h.Manuel Antas Fraga, empresario, político y filántropo nacido en Cotobade que falleció esta semana a los noventa años de edad, decía que cada vez que venía a Galicia (todos los veranos) echaba de menos Salvador de Bahía. Y que, en cuanto cruzaba el charco y se instalaba en Brasil, su otra patria vital, sentía una añoranza enorme por la tierra gallega. Así que la morriña, ese sentimiento con el que tuvo que aprender a convivir desde los 14 años, debió de marcar su existencia. Su vida, contada con emotivas palabras por su hija Manuela, es la de ese rapaz emigrante gallego que se fue con lo puesto y logró llegar desde lo más bajo a lo más alto; comenzó pelando patatas y terminó siendo recibido en la Zarzuela por los Reyes de España o estrechando la mano de distintos presidentes del Gobierno y la Xunta.
Manuel Antas vino al mundo en aquella Galicia rural en blanco y negro de los años treinta del siglo pasado, donde el hambre cotizaba al alza. Su progenitor se marchó a luchar con la División Azul y volvió enfermo. Tanto, que terminó muriendo. Quedarse huérfano de padre solo empeoró la situación de su madre y de su abuela, que por mucho que se matasen a trabajar en el campo no lograban ganar suficiente para darle bienestar a los tres hijos que había tenido el matrimonio. Así que las cuentas estaban claras: Manuel debía emigrar. Se marchó a Brasil, a Salvador de Bahía, donde vivía un hermano de su padre, con 14 años. Le contó cientos de veces a sus hijos y amigos cómo se había agarrado a su abuela en el muelle de Vigo, mientras el barco esperaba para llevárselo al otro lado del océano. Se marchó llorando y comió lágrimas durante mucho tiempo, mientras pelaba patatas en un ultramarinos de un pariente.
Fue de los que se apuntó a la escuela de noche para dejar de ser analfabeto. De los que quiso aprender rápido el idioma para prosperar y, también, de los que nunca se olvidó de donde había salido. A su hija le da apuro contar la anécdota, por si actualmente suena políticamente incorrecto. Pero su padre hasta la dejó escrita para retratar lo poco que sabían del mundo quienes, como él, dejaron la aldea siendo unos rapazolos buscando porvenir. Contaba que cuando se subió al barco y vio que la tripulación la formaban algunos hombres negros se quedó de piedra. No tenía ni idea de que había seres humanos de otro color de piel que no fuese el suyo.
Hombre sociable y afable, decía que su mérito en la vida eran los amigos. Y que gracias a ellos fue prosperando, como cuando se hizo empresario del sector de la funeraria. Ahí empezó a cimentar su posición como emigrante gallego de renombre en Salvador de Bahía. Y poco a poco fue haciéndose un hueco en aquella sociedad que al principio le miraba por encima del hombro. Terminó siendo un líder para la colectividad emigrante. Fue presidente varias veces del Hospital Español o miembro del Consejo de Residentes Españoles de Bahía y del Consejo General de la Emigración.
Todo ello le hizo relacionarse con numerosas personalidades. Con emoción, su hija Manuela rescata las fotos en las que le estrecha la mano al rey emérito o a Felipe González. En el año 1999 le fue concedida la Medalla de Galicia y, una década más tarde, el municipio en el que nació, Cotobade, lo nombró hijo predilecto. Al otro lado del charco, en Brasil, obtuvo el título de título de Ciudadano de la Ciudad de Salvador.
Alternó con numerosas autoridades de la esfera política, cultural y social. De algunas, como Manuel Fraga, llegó a ser amigo y compañero de partidas de dominó. Ya jubilado, continuó ligado a todas las entidades de los emigrantes gallegos en Brasil. Falleció a los noventa años y fue enterrado en lugar de adopción. Pero este viernes se celebrará un funeral por él en Cotobade. Así que su muerte se torna en metáfora de su vida; un viaje de miles de kilómetros siempre inconcluso.