Falco y Eros, la patrulla canina que le costó 600.000 pesetas a la Diputación de Pontevedra

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Presentación de los nuevos vigilantes de la institución junto con los canes Eros y Falco, que hacían una demostración de salto.
Presentación de los nuevos vigilantes de la institución junto con los canes Eros y Falco, que hacían una demostración de salto. Fondos gráficos do Servizo de Patrimonio Documental e Bibliográfico da Deputación

En los ochenta, la institución provincial creó un cuerpo de vigilantes con seis trabajadores y dos canes. Se suponía que los animales estarían en las puertas día y noche. No salió bien

13 jun 2023 . Actualizado a las 20:04 h.

A punto de inaugurarse el verano de 1982, mientras España estaba a punto de volverse socialista y hacer presidente a aquel jovencísimo Felipe González, en Pontevedra se vivió todo un acontecimiento social a las puertas del pazo de la Diputación, en la avenida de Montero Ríos. Allí se presentó a lo grande el nuevo cuerpo de vigilantes del organismo provincial. Fue toda una sorpresa, porque los nuevos guardas tenían un uniforme de gala de vistoso color azul y dos compañeros caninos: los perros de guardia Falco y Eros, que habían costado un total de 300.000 pesetas cada uno —algo más de 1.800 euros por cada can—. Se suponía que los animales iban a estar junto a ellos de puertas día y noche en el pazo Provincial. De hecho, la Voz de Galicia publicó fotos de los animales montando guardia disciplinadamente ante las columnas de la entrada principal. Pero la cosa no funcionó demasiado bien. Y ambos ejemplares, que estuvieron unos cuantos años en nómina en la Diputación, acabaron viviendo la mayoría del tiempo en el sótano del Pazo.

En junio del año 1982, gobernaba en la Diputación la UCD, con Federico Cifuentes al frente. Faltaban pocos meses para que Mariano Rajoy le sustituyese en el cargo de presidente. Pero, antes de la llegada del que luego fue presidente del Gobierno, en el Pazo Provincial se recibió a los canes Eros y Falco, dos pastores alemanes de enorme belleza y dos años de edad. Quienes fueron testigos de su llegada cuentan que venían de Vigo y estaban adiestrados en defensa. Al principio, hicieron alguna ronda con los vigilantes. Pero aquello no era efectivo. Así que los canes, a los que se le había habilitado un buen espacio en el sótano, pasaban allí la mayor parte del tiempo. Los seis vigilantes vivían unos años durísimos porque en aquel entonces había manifestaciones obreras muy complejas —llegaron a entrar 600 trabajadores del metal de Vigo y a arrasar con el Pazo Provincial— y eran también los años duros de las amenazas de bomba o de la droga, con toxicómanos colándose de cuando en vez para robar alguna cosa en las oficinas. Había quien, ante una algarada, les azuzaba para que fuesen a buscar unos perros, pero los operarios tiraban de cordura y lo evitaban. 

Fondos gráficos do Servizo de Patrimonio Documental e Bibliográfico da Deputación

Los guardas se convirtieron en los dueños oficiosos de los canes. Hay quien recuerda que los llevaban a pasear y a entrenar a playas como las de A Lanzada y que también los sacaban a hacer sus necesidades, por Montero Ríos. La cosa dio para un buen número de anécdotas, incluida una en la que uno de los vigilantes sacó a los canes a la hora del recreo y los niños comenzaron a revolotear alrededor. Eran tiempos en los que los chavales jugaban a lanzarse al pilón donde estaban los patos. Uno de ellos, para evitar que los compañeros lo echasen al agua, se abrazó al guardia de seguridad y los perros, al verle abalanzarse, se pusieron también en guardia y en disposición de atacar. Afortunadamente, la cosa quedó en un mero susto. Pero a partir de ahí se evitó sacar a los perros en los recreos para evitar que se volviese a repetir la escena.

¿Qué pasó con Eros y con Falco? Vivieron unos cuantos años en el Pazo, quizás una década. Uno de ellos se puso enfermo y murió ahí, en el sótano del edificio noble. El otro fue llevado entonces a la finca de Areeiro, también de titularidad de la Diputación y allí terminó sus días.

El día de la presentación al público de los canes, que fue todo un acontecimiento en Montero Ríos, los nuevos vigilantes de la Diputación, con sus uniformes de gala, pasearon a los animales por la calle como si fuesen modelos de pasarela. Además, acudió también el entrenador que los había adiestrado en defensa para demostrar que ambos ejemplares obedecían sin rechistar a las órdenes de los guardas y se sentaban y se tumbaban cuando se lo pedían. Eran capaces de rastrear y de «evitar con saltos felinos un obstáculo de más de un metro de altura saltando frontal y transversalmente con un palo en la boca y no vacilan en adoptar la posición de atento o de ataque si así se les manda», tal y como recogía La Voz de Galicia. 

Artes marciales y altura

Ese día, además de los canes, también se presentaba al público el cuerpo de vigilancia de la Diputación; esos seis hombres que pasaban a montar guardia día y noche en el pazo, dejando atrás la época en la que eran los ordenanzas por el día y un sereno por las noches los que mantenían el control del edificio. Los nuevos guardas al principio no contaban con armas de fuego, solo con porras y con los perros. Pero posteriormente llegaron a tener revólver. A día de hoy, más de cuarenta años después, la Diputación mantiene un cuerpo de vigilantes y aún no se jubilaron todos los trabajadores de aquella primera remesa presentada junto a los canes. Se señalaba entonces que los operarios, muy jovencitos, habían pasado una oposición en la que se requirió que como mínimo midiesen 1.70 y en la que se valoró que conociesen artes marciales.